viernes, 20 de agosto de 2010

Rulos al viento


La vida es muy rara. No la entiendo y siempre me sorprende. Me encanta. De hecho, encuentro una soberana lata el saber antes de siquiera abrir los ojos cómo va a transcurrir el resto de mi día, a quiénes veré, a quiénes no, qué comeré, con quién me enfrentaré. Es soporífero. Yo, prefiero los puntos suspensivos, la sorpresa.

Siempre he tratado que sea así, pero a veces la rutina comienza a succionarte. Incluso hay casos terribles en que personas, a pesar de ser diagnosticadas con “rutinitis aburriditis”, se sienten aliviadas, porque a lo largo del camino, me he dado cuenta que en general, a la gente le sienta bien la rutina, les acomoda, independiente si eso va de la mano con un trabajo latero, una jefa esquizofrénica o un sueldo miserable. Más vale saber que se es infeliz cada fin de mes, que no predecir con certeza qué es lo que va a pasar.

En fin. El asunto es que el otro día, uno bien soleado y primaveral, me ocurrió algo maravilloso. Esa mañana, me sentí como en las películas. Como, “Annette” en la película “Juegos sexuales”, cuando al final, ella desenmascara a “Kathryn” y se la ve conduciendo su nuevo vehículo, toda cool y con el pelo al viento.

Como “Tom” en la cinta “500 días de Summer”, en la mañana siguiente que le hace el amor a “Summer” y sale de su casa, cantando y bailando. Bueno, creo que ya entendieron.

Con mis rulos al viento y escuchando mi MP3 a todo chancho me fui caminando a mi casa con la maravillosa incertidumbre de no tener certeza de nada, sino sólo el anhelo de que algo ocurra. Eso, puede o no suceder, pero el tener en qué aferrarme o en qué poner todas mis energías, hace que todo, valga la pena.

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