martes, 15 de febrero de 2011

Sentir a los 30


Hace poco me di cuenta que tengo una buena memoria emocional, lo que es una virtud cuando se trata de intentar recordar lo que algo o alguien nos hizo sentir en el pasado, cercano o lejano.

Puedo recordar casi a la perfección lo que sentí cuando tenía 13 años y me declaré (en silencio) enamorada de un niño de mi misma edad, sólo porque fue el primero en sacarme a bailar un lento (jamás olvidaré cómo fue ni que fue al ritmo de “Under the Bridge” de Red Hot Chili Peppers). Nunca nos besamos, ni nos tomamos de la mano, ni hablamos, sólo lo vi un par de veces más desde la lejanía, pero yo me sentía enamorada… enamorada como lo puede estar una niña de 13, con esa sensación intensa, pero a la vez escurridiza y breve.

Recuerdo ese primer beso con mi ex marido, cerca de donde vivo actualmente, recuerdo el árbol, recuerdo la sensación de enamoramiento, esa cosa de princesa encantada que quería que yo sintiera, no importaba que no fuera real, porque igual era un bonito sueño. Ese amor, fue de niña, fue tierno, dulce, pero al igual que el de mis 13 años, escurridizo y breve. Hizo falta realidad, sustancia, materia, proyectos, dirección, complicidad, compañerismo.

Y luego llegó J, con toda su intensidad, su impulsividad, esa garra que tenía cuando lo conocí de “ven, vamos a ojos cerrados, yo te llevo”, que me enamoró. Recuerdo que lo supe cuando me tomaba por la cintura, tan seguro, como diciéndome “eres mía y no te suelto”. Ese amor fue intenso, apasionado, emocional a morir, fue un viaje hacia el dolor, hacia el pasado, fue una relación de encuentros y desencuentros. En serio pensaba que él era la persona con la que iba estar para siempre, como en los cuentos de hadas, como en las películas… una comedia romántica que de pronto se transformó en un tragedia griega. Algo pasó en el camino, algo nos pasó y él dejó de tomarme por la cintura y yo dejé de querer que me tomara así.

Pero esto que siento hoy es completamente distinto a todo lo anterior, no digo que sea mejor o peor, sólo digo que es distinto. Es un sentimiento mucho menos impulsivo y más pensado, tiene mucho de corazón, pero también de cabeza, es intenso y apasionado, pero no desde el pasado, sino que desde la esperanza de un futuro. Es hablado, pero a la vez sin mucho ruido, más bien silencioso, lento y nada de exagerado ni de hiperventilado. Tiene sustancia, realidad y mucha base, tiene ternura, y hoy lentamente va revelándose la complicidad, y el compañerismo.

Supongo que así se siente a los 30 años, una mezcla de amistad, cariño con atracción y química, donde lo primero viene antes que lo segundo, donde lo primero es lo que genera lo segundo y no al revés, donde comprendo (casi sintiéndome como Colón) que las relaciones independiente de cómo se tilden o califiquen, no sólo deben llenarse de cariño y de sexo, sino que también de cabeza y comunicación…. Hay que hablar, de todo, hablar, hablar, hablar y hablar hasta morir.


Sentir a los 30 años es hacerlo desde la vereda de las lecciones aprendidas, desde la humildad, desde la cautela, desde la idea que no existe nada ni nadie perfecto, que no hay nadie en este mundo sin dolores, ni penas, desde el lugar donde uno sabe lo que se quiere y donde es imposible transar en lo fundamental, que es uno mismo, donde dejan de tener importancia los "nunca más" y los "para siempre", tan difusos y traicioneros, donde uno quiere un compañero de viaje y no sólo un amor apasionado, arrebatado y loco, donde uno ya no está para andar perdiendo el tiempo, porque se ha aprendido a valorar al tiempo, donde la compañía del otro deja de ser una necesidad para llenar espacios y silencios, sino que es más bien una decisión y parte de la voluntad. Sentir a los 30 es un compromiso distinto con el otro, pero más que todo, con el corazón propio.

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