lunes, 11 de octubre de 2010

Reencuentro


Cuando abrí la puerta y me encontré con la hermana que había declarado muerta hace ya cinco años me quedé helada. Supongo que mi cara habrá sido una mezcla de “plop, exijo una explicación”, “qué mierda haces aquí” y “no puedo creerlo”.

Me sonrió y me preguntó si podía pasar. Esta petición, tan simple, tan evidente, hace un par de años habría desencadenado un vendaval de duros epítetos de mi parte sumado a un puertazo fuerte en la cara, sin embargo hoy, se resolvió en un “sí, claro”, seco, quizás hasta poco amable, pero por lo menos afirmativo.

Le pregunté sin rodeos y casi cerrando la puerta “¿qué haces aquí, qué quieres?”, yo siempre a la defensiva y con escudo en mano, así tuve que aprender a sobrevivir. “A conversar, si es que tú estás dispuesta”, me contesto, tan segura que no me quedó otra que dejar de lado un rato la armadura y escucharla.

Nos sentamos en el sillón, mientras Marley revoloteaba por el lugar, siempre tan amistoso mi bello canino. Primero hablamos de cosas cotidianas, y luego de atragantarme con dos vasos de jugo en sobre de frutilla, decidí que mejor hablar ahora ya, para qué, seguir alargando lo inevitable.

Y hablamos. Luego de cinco años de silencio y de distancia sepulcral hablamos. Yo fui quien partió, sin saber dónde mierda partir. ¿Del principio, de la mitad, de las consecuencias, del hoy? Así es que partí por donde se me ocurrió y le dije sobre todo el dolor que padecí por su culpa, por la culpa de su marido. Le hablé de cómo esto ha afectado mi vida, en la relación que formo con los hombres, en la intimidad.

Le dije que me parecía de locas su decisión de seguir con él, a pesar de lo que sucedió. Le dije que durante muchos años la odié, que estuve tan enojada, pero que hoy, si la invitaba a entrar a mi casa, si podía conversar con ella, era porque ya podía, no sé si perdonar, pero lo menos puedo decir las cosas como son. Le hablé sobre la culpa, y sobre cómo durante muchos años – más de lo recomendado – me sentí responsable de lo que había pasado a pesar que sólo tenía 15 años.

Ella me escuchó atentamente y también me habló. A su manera, me pidió perdón, a su manera me explicó porqué hizo lo que hizo y aún hace. A su manera, intentó explicarme que “esas cosas pasan, hay cosas peores”.

Rebatí esta “normalidad” que ella plasma sobre algo horroroso, y lo hice sin gritar sin llorar, lo hice como una adulta, sin sentir que la herida me sangraba, lo hice con altura de miras y de pronto, ella me dio pena, porque entendí que es lo que hay, pedir otra cosa de ella, esperar que ella me haya defendido como lo hacen las hermanas normalmente o pretender que ella entienda que lo que pasó conmigo no fue “una estupidez” o “algo menor”, sino que un abuso, sería pedir que ella fuera otra persona.

Le dije que ella estaba avalando algo que no era normal, hasta donde yo sé no todos los hombres de 30 años andan toqueteando a pendejas de 15. Y hasta donde yo sé si una pareja mía lo hiciera, después de denunciarlo, lo echaría a patadas de mi casa. Pero ella, no. Y supongo que esa es su forma de lidiar con el horror, de lo contrario, quizás se trastornaría (aún más).

Ahí me di cuenta que una conversación no podría hacerla entrar en razón, ni menos 10 años de terapia. Y volvió a darme pena. Y mientras me hablaba, de repente yo dejé de escucharla para mirarla…. Tan raro verla en el living de mi casa, en mi espacio, en mi vida.

Hace varios meses mi sicóloga me dio como tarea escribirle una carta a mi hermana. Evidentemente no para mandársela sino que para estampar aquello que me gustaría decirle hoy. Lo que resultó de eso fue una carta terrorífica que si me llegara a mí, me darían ganas de matarme. Pero fue un buen ejercicio, quizás de no haber sido por esa carta, eso mismo se lo habría dicho hoy.

¿La perdono? Supongo que esa es la gran pregunta que todo el mundo espera que yo conteste. Y sólo tengo una respuesta “no lo sé”. No sé si algún día la pueda perdonar, no sé si algún día pueda confiar en ella. No sé si algún día pueda dejar de sentir dolor por lo que pasó.

Pero verla me hizo bien, es un paso gigantesco hacia algo bueno, hacia la paz, hacia el “soltar”. De ahí hablamos de sueños, de tarot y de premoniciones. Hace años soñé que me reencontraba con ella mientras vestía un abrigo rojo (hoy como hacía frío llevaba uno así) y ella también soñó algo similar.

Era el momento. Y mientras hablábamos y hasta nos reíamos de algunas leseras, vi en ella varios rasgos míos, y eso fue grato, reconocer un lazo que había dado por muerta por defensa propia.

No sé qué va a pasar. Pero ella vino hasta acá, hasta mi mundo, ella me pidió perdón, ella se emocionó. Y eso, no puedo dejar de tomarlo en cuenta. El resto, sólo el tiempo lo dirá.

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