martes, 21 de diciembre de 2010

Gata engrifada


Tengo miedo, terror para ser más exacta de que me hagan daño. Por lo mismo a veces ando como gata engrifada, ante cualquier señal o signo de “ataque” yo salto, lista para contra atacar, así he sobrevivido toda mi vida, así me enseñaron y aprendí a sobrevivir.

Pero hoy, quiero vivir, ya no me interesa la faceta de “survivor”. Pero eso implica tomar riesgos y aceptar que existe un margen de error. Lo asumo de manera conciente, quizás por primera vez en mis 30 años.

Lo que pasó esa madrugada me hizo darme cuenta cuán vulnerable realmente soy y cuánto susto tengo de confiar en un hombre, sí la misma especie con la que hace un tiempo declaré enemigo público. Cuesta dejar de pelear, de pegar arañazos ante cualquier cosa, cuesta dejar de defenderse.

Hay grandes lecciones detrás de lo que pasó y que poco o nada tienen que ver con mi primera reacción de gata engrifada, con mi primera reacción de huida o de reversa ni con los recuerdos vivos de esos hombres del pasado, ni con las heridas que aún me sangran.

Una de las grandes lecciones es que a veces, sin querer y sin intención, las personas se equivocan. Y duele, vaya que sí, pero el estar frente a un hombre que es capaz de escuchar y entender, me hace darme cuenta que es mejor que la gata engrifada se quede en la casa, ya no la necesito, tan sólo necesito alzar la mano y decir “hey, esto me duele, conversémoslo”.

Descubrí que no sólo me cuesta soltar el pasado, sino que también el futuro, lo que podría pasar. Me cuesta vivir en el hoy, en el presente, en lo que hay y lo que hoy hay es bueno, mucho más de lo que jamás pensé.

Tengo mil inquietudes, mil pensamientos, mil sueños y mil presentimientos, pero siento a la vez que no es tiempo aún de enfocarme en ellos, están, me susurran secretos al oído, pero no puedo hacer más que esperar. Esperarme, esperarlo.

No sé esperar, pero ya aprenderé. No sé tener paciencia, pero tendré a que aprender a tener. Y menos sé soltar el control, pero lo intentaré.

Miau....

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