jueves, 15 de septiembre de 2011
El amor de mi vida
Nosotras, las mujeres, somos buenas para ponerle este título tremendo a algún sujeto o a alguna relación que nos marcó, se supone que para siempre. Lo curioso es que muchas veces se trata de una relación que no funcionó, donde sufrimos harto y dimos hasta lo que teníamos.
En otras ocasiones, más felices y afortunadas, le damos este título a la pareja que nos acompaña y que efectivamente nos hace feliz y con el que incluso sentamos cabeza y formamos familia.
Estuve pensando en esto del “amor” de mi vida y llegué a la conclusión que es una soberana mierda jajajaja, con un poco de duda siempre eso sí, ya que soy de la generación Candy y Hollywood, imposible zafarse completamente de la idea de que sólo hay un hombre para una, que sufrir es parte del proceso, pero que a la larga habrá un final feliz.
Sobre que es un error andar colocando estos títulos me lo vino a confirmar un sicólogo el otro día que hablaba por la tele que dijo lo siguiente “uno no ama una sola vez en la vida. Uno ama cuántas veces uno esté dispuesto a amar y a abrir el corazón”, por lo que mi teoría de que el amor no sólo es un sentimiento, sino que también una decisión, se me hizo más sólida.
También hablaba de que era bien extremo el colocarle al otro “el amor de mi vida”, porque si esa relación llegaba a no resultar uno, además de sentirse podrido, uno sentía que con esa persona se iba efectivamente el amor PARA SIEMPRE, que una nunca iba a poder amar a nadie más y lo que es peor, nadie más te iba a poder volver a amar. Por lo que aconsejaba a no poner todos nuestros huevos en una relación amorosa. Sabio, lógico, pero difícil de conseguir, especialmente para nosotras.
A lo largo de la vida, a mí también me han dado ese título. La última vez que lo escuché fue de boca de mi ex, que incluso lo mantuvo hasta el final, independiente de que lo de nosotros no resultara. Para ser honesta, bien honesta, él fue el último hombre al que le dije que él también era y siempre sería el gran amor de mi vida. Cumple con todos los requisitos, un amor fulminante, fogoso en sus inicios, con muchos altos y bajos, con muchos recuerdos, algunos muy felices otros terriblemente dolorosos. Quizás por lo mismo, cada vez que peleábamos o hacíamos un simulacro de término, me dolía hasta el pelo, porque claro… si él se iba, se iba mi corazón con él ¿y qué hacía con el espacio enorme que se instalaba en mi pecho?
Pero hoy las cosas son diferentes, o más bien, yo soy diferente. Me cargan los “por siempre” o los “nunca más”, sé que, aunque no me guste, nada dura para siempre. Nada. Todo va cambiando, mutando, transformándose. Lo que no significa que no crea que una relación no pueda durar por muchos años, sino que simplemente es imposible pretender que se mantenga estática en sus primeros meses. La gracia está en cuidarla y trabajar en ella, eso sí POR SIEMPRE.
Soy una convencida de que uno puede amar realmente cuántas veces una esté dispuesta a amar. Mi relación de pareja actual es prueba de ello. Nunca pensé abrir tanto mi corazón, de hecho, eso me pilló desprevenida, venía con el corazón medio herido, cansado, escéptico y esquivo. Yo, de veras, espero que lo nuestro resulte y que estemos por mucho tiempo más, pero si no, quiero recordar que mi capacidad de amar se queda conmigo.
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