sábado, 9 de julio de 2011

Esa cosa llamada poder


(No puede ser que mi última entrada de la semana haya sido lo de expo lana jajaaj, en fin). Por circunstancias de la vida, desde hace un tiempo me ha tocado ver luchas de poder. Y he llegado a la conclusión diaria y continua que son estúpidas y estériles. Porque mientras otros pelean por gueás, están en el medio aquellos que no tienen tiempo para eso porque tienen que trabajar.

Supongo que a este grupo es al que pertenezco. Porque hoy podré tener un “cargo” con un nombre bonito (pucha qué hay gente que le fascinan los cargos), pero sigo siendo periodista, sigo estresándome y trabajando. Nadie me regala nada.

En cambio están los que sí les regalan las cosas. Que aman los cargos, pero no están ni ahí con asumir el trabajo que viene con el cargo. Y están quienes a su vez, se los permiten. Suena injusto, cierto. A mí también me parecía hasta hace unos días cuando me di cuenta que el mundo necesita de este tipo de personas para que haya un equilibrio.

No pueden haber sólo personas sacrificadas, también tienen que estar los patudos, los flojos y los que no hacen nada y ganan mucho dinero. Ahora, claro, sería mejor que hubieran menos, pero qué hacer. Y supongo que están en la misión de cada uno definir y decidirse por un camino. Para no amargarme quiero pensar que los que hoy no hacen nada es porque es sus vidas pasadas fueron esclavos, por lo que les tocó mejor en esta pasada.

Personalmente le tengo cierta tirria al poder, porque bueno, quizás no sea siempre así, pero en mi experiencia, cada vez que me he topado con alguien que tenga aunque sea un poquito de poder, resulta ser un gueá, tiránico o una persona loca o derechamente imbécil. Siento que el poder corrompe, te vuelve despótico. Y estoy hablando de cualquier poder, no sólo el que da el dinero, si no el que da un cargo pequeñito. Es cosa de ver cómo actúan muchas veces los guardias del Metro, casi creen que están en un capítulo de Miami Vice.

Curiosamente la vida ha querido que esté en un cargo de poder. Me gusta tomar decisiones editoriales y que nadie me las cuestione o me guevee. No lo puedo negar, pero también sé que tengo límites y sé que hay cosas que NO voy a hacer sólo por la posibilidad de ascender o aserruchar.

Estoy segura que esto pasa en todas partes. En mi antiguo trabajo recuerdo que en las putas reuniones de pautas (eran fomes y traumáticas) cada uno de los editores tenían asignado un puesto alrededor de la mesa. Y ay de ti si te sentabas en el asiento de otro…

Por lo mismo me imagino que en las sesiones de la ONU, muchas veces más que hablar sobre la desnutrición, el femicidio, o los problemas a nivel mundial, se deben pelear por quién tiene el cargo más floreado. Así es el mundo y yo no lo puedo cambiar, a lo más velar por mí y por no terminar discutiendo por un título. Sin él soy más feliz.

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