lunes, 18 de julio de 2011

En un mundo intolerante



Vivo hace unos cinco años en Avenida 11 de septiembre 1765, en uno de los edificios que se conocen como los de Carlos Antúnez.

Hace ya mucho tiempo que persisten problemas con los cuatro ascensores que hay, ya que son antiguos y como todo aparato o máquina que jamás se mantiene y que se le hace trabajar 24 horas al día, finalmente colapsaron.

Se supone que se viene la famosa modernización de los ascensores, algo que está estipulado por ley, pero ya han pasado más de 6 meses desde que se anunció dicha modernización y aún ni destellos de que realmente va a pasar. Esto a pesar que la gran mayoría de comuneros ya han pagado la colosal cuota… algo que por supuesto, ya tensiona el ambiente, ya que deja un velo de sospecha, de abuso y de estafa.

Pero lo peor viene acá. De los 4 ascensores hoy sólo funciona uno que sólo sube del 14 al 23 y que más encima es caprichoso, porque no siempre para donde tiene que parar.

Todas las tardes para entrar al ascensor debo hacer prácticamente una fila, cual Transantiago. La gente anda amargada y chata igualito que en el Metro. ¿Soluciones? Una bien ridícula, hicieron funcionar otro de los ascensores pero con horarios, como si uno tuviera que depender de cuando funciona para saber cuando salir de la casa… en fin. Lo lamento más que todo por los viejitos que realmente no sé cómo lo harán ahora para poder bajar a la calle…

Producto de todo esto es que hay gente que vive en mi edificio que han rayado los ascensores con consignas como “Mentirosos”, “Ladrones” y otros. Incluso han pateado los ascensores y hasta le han sacado los botones.

Dudo mucho que en mi edificio vivan delincuentes. En realidad viven personas enojadas y chatas del abuso y por supuesto la mentira. Hastiados de no ser escuchados…. Y pienso que mi edificio es como el reflejo del tipo de sociedad en que hoy vivimos. Una sociedad sorda y abusiva con gente chata y enojada.

Otro ejemplo. Ayer por la tarde, una señora literalmente me echó del ascensor porque no quería dejar que subiera con mi Marley. Odiaba a los perros porque los consideraba “antihigiénicos” y porque transgredía un asunto judicial que no logré entender bien entre sus gritos de vieja histérica.

Luego de negarme a salir del ascensor, finalmente lo hice no por ella, sino por los 20 pelotudos que esperaba abajo el único ascensor que funciona. Ella entre medio me pidió “tolerancia”… tolerancia mientras me echaba del ascensor... curioso.

Me dio rabia lo que pasó, obvio, pero más me dio pena. Me dio pena que esa señora loca del chape fuera el fiel reflejo de lo que nos hemos convertido.

Y hago el link de todo esto con el tipo loco que le disparó a personas anónimas en un vagón del metro en Maipú. El sujeto no tenía motivo alguno, no conocía a las víctimas, lo hizo al parecer porque sí, porque podía. Y estoy casi segura que también lo hizo por enojado.
Con mucha pena me voy dando cuenta lo que nos está haciendo el tipo de vida que llevamos, estresante, poco sana y competitiva. Ya nadie confía en nadie…. Y cómo no, si al menor descuido, te cagan. Ya nadie escucha a nadie, y cómo hacerlo si ya no hay tiempo para conversar. Hay quienes optaron por la total enajenación, me pregunto qué ira a pasar después….

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