Me he reído tanto con este
concepto que llegó a mí a través de una nota. Me he reído y también me he sentido muy
identificada respecto a esto que los hombres efectivamente tienen más tolerancia
a la palabra “No”, mucho más que las mujeres, en su mayoría.
Siempre se dice que nosotras
somos más fuertes emocional y físicamente- esto último por parir seres humanos
que salen de nuestra vagina- algo que encuentro totalmente válido, pero en lo
que no nos detenemos a pensar es que nosotras, las mujeres, tenemos un grave
problema con la palabra “No” o más bien con el tema del rechazo.
Pareciera que los hombres se
entrenan más en estas lides por una cosa de género.
-¿Quieres bailar conmigo: No.
-¿Quieres pololear conmigo?: No
-¿Te quieres casar conmigo?: No
-¿Me puedo ir de carrete con mi
amigo?: No
Y así, eternamente puedo seguir.
Pero vayan a decirle a una que NO. ¿Qué?, ¿qué no quieres qué cosa? Entonces
agarra tus pilchas mugrientas y ándate a la cresta hijo de puta.
Jaajajaajaja, no puedo dejar de
reírme al verme tan reflejada en esto que pareciera una caricatura. Creo que
todas llevamos dentro un poco de Abigail, esa mujer que se vuelve loca si es
que no consigue lo que quiere, cuándo lo quiere y cómo lo quiere. Esa mujer que
con un “No” saca lo peor de sí, porque… porque…. ¡porque no es justo! Tal cual
diría una niña de 5 años.
En este camino de meses de
análisis interior y exterior, puedo detectar claramente mi temperamento y
carácter seudo infantil, onda princesa que llevo a cuestas durante estos 33
años en este planeta.
O sea, siempre he sabido que soy
mimada y caprichosa; que me gustan las cosas a mi pinta y ritmo, pero jamás me
imaginé que podía convertirme en chucky si es que no me daban lo que quería
cuando se me daba la gana.
Acá entran a jugar una serie de
factores: infantilismo, inmadurez, princesa style, egoísmo y egocentrismo. Quizás
fue porque de niña fui consentida. Aún recuerdo vívidamente que a mis
tiernos 5 años, cuando alguien me decía que “no” a algo, yo o me iba a encerrar a mi
pieza para tirar todos mis juguetes – incluso los más queridos – al suelo o me
iba al living, cual mini drama queen, a lanzarme de cabeza sobre el puff para
exclamar a viva voz y con llanto incluido: “¡¡¡¡Es que nadie me entiende!!!!”.
Esta anécdota infantil puede
parecer divertida cuando se tiene 5 años, pero no cuando se tiene 33 años. A esta edad las rabietas Abigail más bien parecen
una muestra de pendejería y falta de criterio que pueden llevarte a cagarla sin
vuelta atrás.
Así que estimadas y estimados
todos, yo hace unos días que me despedí de manera (espero) definitiva de
estas pataletas, por inconducentes, por estúpidas y porque de verdad afectan mi
belleza facial que he logrado recuperar y hasta mejorar gracias no sólo a kilos
de cremas nocturnas, sino que gracias a pensar positivo, sin rabia ni rencor.
Y pienso ahora: un “No” puede ser algo temporal o
puede ser un “Sí” a algo mucho mejor. Un “No” podría ser lo mejor que me podría
pasar en la vida. Me ha pasado, de hecho. Gracias a varios “No” yo he logrado
en la vida mucho más de lo que alguna vez quise o pretendí conseguir con un
tibio “Sí”.
Podría escribir un libro completo
con todos los mejores NO de mi existencia. Y juro que agradecería con un baile a
quienes amablemente me despejaron el camino.
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