viernes, 13 de diciembre de 2013

El adiós al berrinche Abigail y el amor por un No!

Me he reído tanto con este concepto que llegó a mí a través de una nota.  Me he reído y también me he sentido muy identificada respecto a esto que los hombres efectivamente tienen más tolerancia a la palabra “No”, mucho más que las mujeres, en su mayoría.

Siempre se dice que nosotras somos más fuertes emocional y físicamente- esto último por parir seres humanos que salen de nuestra vagina- algo que encuentro totalmente válido, pero en lo que no nos detenemos a pensar es que nosotras, las mujeres, tenemos un grave problema con la palabra “No” o más bien con el tema del rechazo.

Pareciera que los hombres se entrenan más en estas lides por una cosa de género.
-¿Quieres bailar conmigo: No.
-¿Quieres pololear conmigo?: No
-¿Te quieres casar conmigo?: No
-¿Me puedo ir de carrete con mi amigo?: No

Y así, eternamente puedo seguir. Pero vayan a decirle a una que NO. ¿Qué?, ¿qué no quieres qué cosa? Entonces agarra tus pilchas mugrientas y ándate a la cresta hijo de puta.
Jaajajaajaja, no puedo dejar de reírme al verme tan reflejada en esto que pareciera una caricatura. Creo que todas llevamos dentro un poco de Abigail, esa mujer que se vuelve loca si es que no consigue lo que quiere, cuándo lo quiere y cómo lo quiere. Esa mujer que con un “No” saca lo peor de sí, porque… porque…. ¡porque no es justo! Tal cual diría una niña de 5 años.

En este camino de meses de análisis interior y exterior, puedo detectar claramente mi temperamento y carácter seudo infantil, onda princesa que llevo a cuestas durante estos 33 años en este planeta.

O sea, siempre he sabido que soy mimada y caprichosa; que me gustan las cosas a mi pinta y ritmo, pero jamás me imaginé que podía convertirme en chucky si es que no me daban lo que quería cuando se me daba la gana.

Acá entran a jugar una serie de factores: infantilismo, inmadurez, princesa style, egoísmo y egocentrismo. Quizás fue porque de niña fui consentida. Aún recuerdo vívidamente que a mis tiernos 5 años, cuando alguien me decía que “no” a algo, yo o me iba a encerrar a mi pieza para tirar todos mis juguetes – incluso los más queridos – al suelo o me iba al living, cual mini drama queen, a lanzarme de cabeza sobre el puff para exclamar a viva voz y con llanto incluido: “¡¡¡¡Es que nadie me entiende!!!!”.

Esta anécdota infantil puede parecer divertida cuando se tiene 5 años, pero no cuando se tiene 33 años.  A esta edad las rabietas Abigail más bien parecen una muestra de pendejería y falta de criterio que pueden llevarte a cagarla sin vuelta atrás.

Así que estimadas y estimados todos, yo hace unos días que me despedí de manera (espero) definitiva de estas pataletas, por inconducentes, por estúpidas y porque de verdad afectan mi belleza facial que he logrado recuperar y hasta mejorar gracias no sólo a kilos de cremas nocturnas, sino que gracias a pensar positivo, sin rabia ni rencor.

Y pienso ahora: un “No” puede ser algo temporal o puede ser un “Sí” a algo mucho mejor. Un “No” podría ser lo mejor que me podría pasar en la vida. Me ha pasado, de hecho. Gracias a varios “No” yo he logrado en la vida mucho más de lo que alguna vez quise o pretendí conseguir con un tibio “Sí”.


Podría escribir un libro completo con todos los mejores NO de mi existencia. Y juro que agradecería con un baile a quienes amablemente me despejaron el camino.




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