domingo, 21 de noviembre de 2010

Mi propio Dawson’s Creek (versión light)


Con M nos conocimos hace unos diez años en una impersonal sala de clases por medio de un muy buen amigo mío de aquella época universitaria. Si cierro los ojos y me concentro bien en recordar el momento exacto, creo hasta verme, toda flaca, con mi adorado pantalón de cotelé celeste ajustado, mi largo pelo ondulado adornado por un cintillo, sentada en un banco, tomando apuntes e intentando no quedarme dormida en medio de una latera clase de opinión pública.

No recuerdo exactamente cómo o por qué comenzamos a ser cada vez más amigos, creo que fue gracias a un trabajo para esa clase que nos obligó a pasar más tiempo juntos, no estoy muy segura, pero como haya sido, nos convertimos en bien cercanos al punto de compartir conversaciones eternas por teléfono sobre nuestras ideas, opiniones, sueños y experiencias… incluso las más intimas.

No teníamos amigos en común en la Universidad porque él había entrado varios años antes que yo, por lo que poco o nada conocía a los de mi generación, pero eso no fue impedimento para juntarnos y matarnos de la risa.

Típico que nos molestaban “ehhhh, M….” me decían a mí, hasta Paris y Frank, que a todo esto lo conocían y lo adoraban, me predecían que íbamos a terminar pololeando (no uso este verbo desde hace mil años, pero en esa época el romance era igual a pololeo). Y yo con cara de “párenla por favor” siempre respondía lo mismo “somos sólo amigos, además, lo conozco demasiado para verlo de otra forma”…. Ahora veo esto como un argumento curioso, por lo bajo.

Tengo hartos recuerdos de nosotros versión amigos, recuerdo que luego de un término amoroso, lo invité a un concierto de Shakira con mi primer sueldo de practicante, recuerdo su auto rojo que me sirvió más de alguna vez de locomoción hacia mi casa, recuerdo sus historias de mujeres y wafles (hasta hoy lo tonteo con eso), sus tradicionales asados en la hermosa casa de sus papás….

En fin. Pasaron los años, y bueno, en medio de todo eso, conocí al hombre que se convirtió más tarde en mi marido. Recuerdo muy bien que se lo conté feliz a M en una conversación por teléfono y su reacción fue curiosa, porque en vez de alegrarse, me acuerdo que me dijo que tuviera cuidado porque (después de conocerlo) no confiaba en él y que no le tincaba para mí y que no sé qué más…. Yo quedé plop y media enojada, pero no caía, tan pava, como siempre.

Recuerdo que ese tiempo, Paris, en uno de sus momentos luminosos me dijo “es que tu le gustas”, pero no le hice caso. Nos fuimos alejando, recuerdo que en esa época él andaba medio herido por una desilusión amorosa y andaba con cada mina para pasar el rato, algo que me molestaba, debo acotar.

Hasta que un día puse fecha a mi matrimonio. Estaba feliz, y obvio que lo invité, él en esa época era sin duda mi mejor amigo, incluso en aquél entonces mucho más que P. Sin embargo, dos meses antes de mi casamiento me inventó miles de excusas para no ir, y yo, con la neura propia de una novia, lo mandé literalmente a la mierda.

Me casé….. y pasó por lo menos un año o quizás más y nunca más supe de él. A todo esto, mi en ese entonces marido nunca lo podía ver, le cargaba, supongo que “olía” algo por ahí… en fin. Hasta que un día me mandó un mail pidiéndome disculpas, y yo le respondí feliz, nos volvimos a ver en aquél entonces un par de veces más. Nos recontamos la vida, me explicó que había sentido “celos de amigo” y que por eso había reaccionado así por el tema de mi matrimonio.

Yo, por mi parte, en esa época andaba perdida, dando bote, con un matrimonio de mentira, pero inconciente de lo que se me venía. Él, por su parte, también estaba con alguien especial y ese alguien se convirtió años después en su novia.

Volvimos a alejarnos por las circunstancias y en medio de todo ese tiempo, la vida de ambos cambió del cielo a la tierra. Yo me separé, conocí a J, pasé por momentos dolorosos, terribles, pero aleccionadores, me contrataron en un trabajo… uf miles de cosas por mi lado.

Y pasaron varios años, hasta que un día hace unos cuatro o cinco meses, de la nada, y sin saber bien por qué, lo busqué por MSN y aún tenía la misma cuenta. Ahí nos volvimos a reencontrar.

El reencuentro en esta pasada fue distinto, o sea, seguíamos siendo los mismos, nos reíamos de las mismas leseras y teníamos la misma química, pero él, por primera vez confesó que “sentía cosas por mí”. Y bueno, para tratar de resumir, una cosa llevó a la otra y hoy somos… no sé qué somos, pero sí puedo decir que me encanta lo que tenemos.

Esta es la primera vez en mi vida que primero soy amiga y luego algo más, siempre he sido reticente con esas relaciones, ya que para mí un amigo es como un hermano, sin embargo, tal vez esto no es un mandamiento. La gracia es que la química de los dos se traslada a lo íntimo y nos seguimos riendo, seguimos hablando. Sinceramente creo que no pasó antes porque no se podía, y que fue ahora, porque era el momento. La vida nos rejuntó seguramente para sacar tremendas lecciones y yo hoy tengo el corazón abierto para aceptarlas con humildad.

Con él me permito ser yo misma, ser honesta, no tengo la necesidad de recurrir a la mentira, al “personaje”, ese que me impedía generar verdaderos lazos de intimidad con otro, por miedo a que si me veían cómo realmente era, media torpe y asustadiza, dejaría de ser atractiva. Confío en lo que me dice y también en lo que no me dice.

Y estuve pensando en mi argumento universitario de “no puede pasar nada porque lo conozco demasiado”. Yo creo que tiene relación con mi pánico a combinar sexo con sentimientos, esa es mi discapacidad emocional y la reconozco. Es como si durante toda mi vida siempre he tenido que optar o por tener buen sexo o una relación de amor. Temo ser herida, lo sé, pero de a poco he ido soltando ese miedo, porque prefiero eso antes que aparentar en la cama ser alguien que no soy y que de hecho, no quiero ser.

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