Hay momentos en la vida para todo. Para
comenzar, para reiniciar, para darle la bienvenida a algo o a alguien y tiempo
para decirle adiós. Tiempo para cerrar círculos. Y en eso estoy.
Ha sido todo un viaje llegar hasta acá.
Siento que he cruzado por múltiples emociones durante estos ya casi 3 meses:
confusión, rabia, pena, dolor, desilusión, odio parido, nostalgia,
arrepentimiento, miedo, más rabia, más pena, más nostalgia. Y así.
Y es curioso, o tal vez obvio mirada la
situación desde afuera, cómo todos estos sentimientos comenzaron a regularse o
calmarse cuando dejé de pensar con la cabeza y empecé a sentir con el corazón.
Ese día, creo que comencé a soltar esa linda relación que tuve con N, y a N en
sí.
Ha sido de a poco, bien de a poco. Sintiendo
pena, pero una pena distinta esta vez, no desgarradora ni fatal. Tolerable y
creo que hasta necesaria. Los recuerdos lentamente han dejado de doler. A veces
me he pillado incluso recordándolo pero como quien cuenta una anécdota…. “una vez
fuimos…”.
Pero cerrar círculos no sólo implica soltar con
el corazón. O por lo menos así lo veo yo. También implica toma de decisiones en
apoyo a este proceso. Y he tenido que tomar determinaciones drásticas y
dolorosas por lo demás, pero que en el fondo de mi corazón, sé que son para
mejor para mí.
Porque la verdad es que me es imposible avanzar
sabiendo de él. Es ingenuo creer que pasado mañana vamos a convertirnos en
grandes amigos como si esto se tratara de cambiar un estado de Facebook: de
pareja enamorada pasamos en un segundo a ser mejores amigos. No. Es sólo sucede
en el mundo ficticio de las redes sociales. Intentar reproducir esa experiencia
mentirosa por lo demás, en la vida real es un suicidio y siento que sólo alarga
el sufrimiento, por lo menos el mío.
Por lo mismo, tuve que alejarme de él, de todo
y de todos quienes me recordaban a él. Partí primero renunciando a una pega que
aún nos unía. Aunque también la decisión de dar un paso al costado en eso tuvo
que ver con cerrar otro círculo relacionado a lo laboral. Digamos que aproveché
el vuelito e hice el 2x1.
Cada cosa que he hecho para avanzar ha sido con
plena conciencia y sintiendo. Diciendo adiós con amor y ya no con rabia. Claro,
pienso que esto quizás debí hacerlo antes, pero tampoco soy Osho ni Paulo
Cohelo, no soy tan sabia ni tan santa y tampoco tengo tiempo ni plata para
pegarme un año sabático para reflexionar sobre la vida en India. Soy una mujer
con defectos y virtudes también, que se pone triste y se entrampa en la rabia.
No tengo grandes certezas. Me aburrí de ellas.
Me aburrí de decir “ya lo superé” o “estoy súper superada”. Tampoco digo ya “sé
que vamos a ser amigos”, ni sé que pasará mañana y siento que en verdad esas
cosas son menudencias, lo importante está ahora y lo concreto es que él ya no
está en mi vida, no quiere estar. Y él ya no está en mi vida y yo no puedo
estar más en la suya, hoy por lo menos.
Tampoco voy a ser tan arrogante como para confirmar que ya no siento nada más
que pena y desilusión. Yo aún lo quiero y quizás siempre será así, no tengo
idea. Sí creo que él ocupará, como otras parejas importantes que he tenido, un
rincón de mi corazón, uno sano, lleno de recuerdos hermosos.
Hasta hace poco, todas las mañanas había una
frase que me inundaba el cerebro y era esta: “Me habría gustado que las cosas
hubiesen sido distintas”. Pero ahora ocupo otra frase: “Algo va a pasar, las
cosas van a cambiar”.
Hoy día leí algo muy bonito que quisiera
compartir, incluso se parece a algo que él mismo me dijo hace unos días, sobre
que la vida nos había dado la oportunidad de estar un año y medio juntos.
“Es absolutamente cierto que el tiempo lo cura
todo. Pero lo mejor es que puedes decidir cuánto tiempo quieres sufrir.
Mientras más rápido te des cuenta de que cada relación, buena o mala, fue un
regalo, más rápido podrás perdonarte y perdonar a la otra persona. Y mientras más
rápido perdones al otro, más rápido comenzarás a amar y a vivir de nuevo”.
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