El 2011 fue un año
particularmente complejo para mí. Fue el año donde estaba metida hasta las
patas en una relación media tóxica y sin mucho futuro. Fue el año en que me
quedé cesante. Fue el año en que sentí que ambas cosas eran injustas, que no me
las merecía.
La pasé mal. Bien mal. Me
costaba levantarme por las mañanas, lloraba harto, en más de alguna ocasión me
sentí desilusionada de todo, de todos y de mí. Pero de a poco me fui rearmando.
Y cuando digo rearmando, no es una metáfora. Llené mi mochila de fe y caminé.
Aún cuando el camino parecía oscuro y aún cuando algunos pensaban que no la
lograría, gracias a la ayuda de los que sí creyeron en mí más mi positivismo
eterno, la logré.
No fue de un día a otro. Fueron
varios meses. Y los resultados no se vieron altiro. Se fueron dando en el
tiempo. Fue rudo y estaba mucho más sola que ahora. Recuerdo esas eternas
cuentas que tenía que sacar con calculadora en mano para ver si lograba sacar
el mes o no (me refiero a si podía pagar todas mis cuentas sin recurrir a la
línea de crédito, el happy hour o todo divertimento quedaba fuera de estos
cálculos).
Siempre pongo este mismo
ejemplo. En un punto este era el tipo de decisiones que tenía que tomar. O me
voy a un happy hour o almuerzo hoy. No había plata para las dos cosas. Contra
mi voluntad, mi madre – ella siempre tan llena de fe en mí – me regaló unas
lucas que me entregaron un mes más de oxígeno. Yo no quería, porque soy
tremendamente orgullosa, pero la necesidad me hizo aceptarlo.
Tuve que volver a colaborar en
un antiguo trabajo que creía haber dejado en el pasado, tuve que volver a otro…
tuve que tragarme mi orgullo. Y tuve que aprender a patadas. Hasta que un día
lloré de nuevo, pero esta vez de alegría porque me di cuenta que logré salir
del hoyo y no sólo financiero sino que
también emocional.
Recuerdo que una mañana desperté
con la clara sensación que yo ya no quería más esa relación. Que ya no era esa
persona que rogaba por amor y atención, que había cambiado y que no había
vuelta atrás. Y… no la había.
Recuerdo el 31 de de diciembre
de 2011. A las 12 de la noche pedí varias cosas en mi clásica cábala de año
nuevo y que siempre me resulta. Pedí más trabajo y dinero. Pedí encontrar una
pareja que me quisiera y un amor bonito.
Y llegó el 2012 y la vida, el universo y Dios me entregaron todo lo que había pedido. Y en abundancia. Y es loco, pero yo pienso que todo el año pasado fue puro aprendizaje, fue el año en que se me dieron todas las herramientas necesarias para enfrentar el 2013.
El 2013 llegó rápido. Pensé que
mi vida seguiría o igual o mejor. Logré laboralmente algo que venía deseando
hace mucho tiempo. Todo parecía Ok, hasta que se acercó el invierno. La vidaí me dio dos bofetadas y ahí quedé.
Me doy cuenta a poco andar, que
el 2013 ha sido de principio a fin una gran lección de amor para mí, aunque
suene irónico o contradictorio. El 2013, (si bien aún quedan algunos meses)
creo que lo recordaré como el año del cambio, como el año de la prueba. No sé
si ha sido igual o más difícil que el 2011, han pasado cosas distintas, pero sí
siento que acá el camino es el mismo, aprender, ser humilde, reamarse y seguir.
Y pienso. Si no fuese por la
cesantía que viví, nunca me hubiese convertido en la profesional que hoy soy –
y no es que me considere para el Pulitzer – lo que pasa es que mi actitud
cambió del cielo a la tierra y dejé de ser esa periodista que se conformaba con
poco y tenía miedo a soñar, hoy sé lo que valgo y sé mis potenciales.
Y pienso. Si yo no hubiese
dejado a ese hombre, si yo me hubiese conformado con las migajas de amor que me
daba, si me hubiese empecinado en la idea de que él algún día se daría cuenta
que me amaba (cosa que sucedió pero gracias a Dios que ya muy tarde), yo no
habría vivido una de las historias más lindas de amor sano que he tenido en mi
vida, independiente que haya tenido esto un término. Y yo no sería la mujer que
soy ahora.
Y pienso. Si todo esto sucedió
un 2011 y ahora me suceden cosas tristes en el 2013, ¿por qué no pensar que
esto es sólo una lección más? ¿por qué no pensar que voy a salir fortalecida y
airosa? Y ahora en otros ámbitos de mi vida que sin duda necesitaban ajustes y
aprendizajes.
Es posible que ese mismo arrojo
que tengo hoy en la pega, yo después lo reedite en el amor. Esa misma actitud
de “acá vengo yo y no tengo nada qué perder porque tengo todo lo que necesito”
esa actitud de “a ver ¿qué es lo que tú me tienes que ofrecer a mí?”, esa
actitud que a veces se confunde con arrogancia, pero que en verdad se llama
seguridad y fe.
A tan sólo 4 meses ya
puedo decir que hay cosas de mí que no conocía. Hay conceptos errados sobre mi
persona, y que no es posible que otros sí puedan verlos y yo no. No está bien y
nunca lo estará. Y esa es una de las grandes lecciones.
Y pienso. Si mi 2011 fue
difícil y mi 2012 fue la raja, ¿por qué no pensar que mi 2014 será la raja
también?
La vida es un ciclo. He
entendido que transitamos por malos y buenos momentos, que todo es parte de
algún plan, que hay personas que siempre estarán – no matter what – en nuestras
vidas y otras que cumplen ciertas funciones y luego deben marcharse. Que hay
personas que aún cuando debamos guardar distancias y lejanías, nunca
olvidaremos, personas que nos marcan.
Entender todo esto. Aprender,
sentir, dejar que duela, soltar y desprenderse debe ser una de las cosas más
difíciles que he tenido que enfrentar. Hay días en que pienso que no voy a
poder, y otros en que sé con fe ciega que sí podré, porque allá.. justo en la
esquina…. Justo ahí hay algo para mí… hay algo que me espera hace siglos con
paciencia china. Y para allá voy. ¡Wait for me!
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