viernes, 27 de septiembre de 2013

Actitud, cámara y ¡acción!

El 2011 fue un año particularmente complejo para mí. Fue el año donde estaba metida hasta las patas en una relación media tóxica y sin mucho futuro. Fue el año en que me quedé cesante. Fue el año en que sentí que ambas cosas eran injustas, que no me las merecía.

La pasé mal. Bien mal. Me costaba levantarme por las mañanas, lloraba harto, en más de alguna ocasión me sentí desilusionada de todo, de todos y de mí. Pero de a poco me fui rearmando. Y cuando digo rearmando, no es una metáfora. Llené mi mochila de fe y caminé. Aún cuando el camino parecía oscuro y aún cuando algunos pensaban que no la lograría, gracias a la ayuda de los que sí creyeron en mí más mi positivismo eterno, la logré.

No fue de un día a otro. Fueron varios meses. Y los resultados no se vieron altiro. Se fueron dando en el tiempo. Fue rudo y estaba mucho más sola que ahora. Recuerdo esas eternas cuentas que tenía que sacar con calculadora en mano para ver si lograba sacar el mes o no (me refiero a si podía pagar todas mis cuentas sin recurrir a la línea de crédito, el happy hour o todo divertimento quedaba fuera de estos cálculos).

Siempre pongo este mismo ejemplo. En un punto este era el tipo de decisiones que tenía que tomar. O me voy a un happy hour o almuerzo hoy. No había plata para las dos cosas. Contra mi voluntad, mi madre – ella siempre tan llena de fe en mí – me regaló unas lucas que me entregaron un mes más de oxígeno. Yo no quería, porque soy tremendamente orgullosa, pero la necesidad me hizo aceptarlo.

Tuve que volver a colaborar en un antiguo trabajo que creía haber dejado en el pasado, tuve que volver a otro… tuve que tragarme mi orgullo. Y tuve que aprender a patadas. Hasta que un día lloré de nuevo, pero esta vez de alegría porque me di cuenta que logré salir del hoyo  y no sólo financiero sino que también emocional.
Recuerdo que una mañana desperté con la clara sensación que yo ya no quería más esa relación. Que ya no era esa persona que rogaba por amor y atención, que había cambiado y que no había vuelta atrás. Y… no la había.
Recuerdo el 31 de de diciembre de 2011. A las 12 de la noche pedí varias cosas en mi clásica cábala de año nuevo y que siempre me resulta. Pedí más trabajo y dinero. Pedí encontrar una pareja que me quisiera y un amor bonito.

Y llegó el 2012 y la vida, el universo y Dios me entregaron todo lo que había pedido. Y en abundancia. Y es loco, pero yo pienso que todo el año pasado fue puro aprendizaje, fue el año en que se me dieron todas las herramientas necesarias para enfrentar el 2013.

El 2013 llegó rápido. Pensé que mi vida seguiría o igual o mejor. Logré laboralmente algo que venía deseando hace mucho tiempo. Todo parecía Ok, hasta que se acercó el invierno. La vidaí me dio dos bofetadas y ahí quedé.

Me doy cuenta a poco andar, que el 2013 ha sido de principio a fin una gran lección de amor para mí, aunque suene irónico o contradictorio. El 2013, (si bien aún quedan algunos meses) creo que lo recordaré como el año del cambio, como el año de la prueba. No sé si ha sido igual o más difícil que el 2011, han pasado cosas distintas, pero sí siento que acá el camino es el mismo, aprender, ser humilde, reamarse y seguir.

Y pienso. Si no fuese por la cesantía que viví, nunca me hubiese convertido en la profesional que hoy soy – y no es que me considere para el Pulitzer – lo que pasa es que mi actitud cambió del cielo a la tierra y dejé de ser esa periodista que se conformaba con poco y tenía miedo a soñar, hoy sé lo que valgo y sé mis potenciales.

Y pienso. Si yo no hubiese dejado a ese hombre, si yo me hubiese conformado con las migajas de amor que me daba, si me hubiese empecinado en la idea de que él algún día se daría cuenta que me amaba (cosa que sucedió pero gracias a Dios que ya muy tarde), yo no habría vivido una de las historias más lindas de amor sano que he tenido en mi vida, independiente que haya tenido esto un término. Y yo no sería la mujer que soy ahora.

Y pienso. Si todo esto sucedió un 2011 y ahora me suceden cosas tristes en el 2013, ¿por qué no pensar que esto es sólo una lección más? ¿por qué no pensar que voy a salir fortalecida y airosa? Y ahora en otros ámbitos de mi vida que sin duda necesitaban ajustes y aprendizajes.

Es posible que ese mismo arrojo que tengo hoy en la pega, yo después lo reedite en el amor. Esa misma actitud de “acá vengo yo y no tengo nada qué perder porque tengo todo lo que necesito” esa actitud de “a ver ¿qué es lo que tú me tienes que ofrecer a mí?”, esa actitud que a veces se confunde con arrogancia, pero que en verdad se llama seguridad y fe.

A tan sólo 4 meses ya puedo decir que hay cosas de mí que no conocía. Hay conceptos errados sobre mi persona, y que no es posible que otros sí puedan verlos y yo no. No está bien y nunca lo estará. Y esa es una de las grandes lecciones.

Y pienso. Si mi 2011 fue difícil y mi 2012 fue la raja, ¿por qué no pensar que mi 2014 será la raja también?
La vida es un ciclo. He entendido que transitamos por malos y buenos momentos, que todo es parte de algún plan, que hay personas que siempre estarán – no matter what – en nuestras vidas y otras que cumplen ciertas funciones y luego deben marcharse. Que hay personas que aún cuando debamos guardar distancias y lejanías, nunca olvidaremos, personas que nos marcan.



Entender todo esto. Aprender, sentir, dejar que duela, soltar y desprenderse debe ser una de las cosas más difíciles que he tenido que enfrentar. Hay días en que pienso que no voy a poder, y otros en que sé con fe ciega que sí podré, porque allá.. justo en la esquina…. Justo ahí hay algo para mí… hay algo que me espera hace siglos con paciencia china. Y para allá voy. ¡Wait for me! 

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