Esta es la primera vez que escribo sobre este
tema en el blog. Es más, creo que pocos, por no decir nadie, sabe lo que yo
pienso o siento acerca de la maternidad, acerca de ser mamá, de traer hijos al
mundo.
Cuando me casé a los 25 años, muchas personas
me preguntaron que cuándo íbamos a tener hijos. Es curioso como el estado
marital hace que el resto del mundo se vea con el derecho de hacerte una
pregunta que es bastante íntima encuentro yo.
Así que yo, muy seria y circunspecta respondía
lo siguiente “¿cuándo? Nunca, me cargan las guaguas”. Ver cómo se le deformaba
el resto de la persona preguntona siempre me resultaba divertido. Porque al
decir algo así, era como si yo le estuviera diciendo que acababa de asesinar a
10 personas y que los cuerpos los tenía
enterrados en mi patio. Cara de horror y espanto.
Para ser honesta a mis 25 años, respondía eso
un poquito porque me daba rabia que me anduvieran encaletando hijos y dos
porque lo sentía de corazón. ¿Yo mamá? O sea, en esa época con suerte me podía
cuidar sola así que no había ninguna posibilidad de que yo tuviera las ganas de
cuidar a otro ser humano.
Además, tenía hambre de vivir, hambre de conocer,
hambre de darme a conocer, hambre de aprender. Así que un bebé habría estado de
más. Hoy, doy gracias a Dios que así fuera.
Pensé y sentí así por varios años más. Hasta
que tipo 29 años, me pregunté si era tan bueno ser así de tajante, que en un de
esas, había que ser más flexible. Fue así que un día, deseé tener un perrito.
Fue así que llegó Marley a mi vida, él es lo más cercano que he tenido y tengo a
un hijo. Y creo que a través de él he ido desarrollando esa cosa llamada
instinto maternal y que pensé que no tenía.
Con él, me he dado cuenta que soy una madre
(canina por lo menos) muy protectora, o sea, he llegado a agredir a una señora
de edad por él, mis grandes discusiones con gente desconocida ha sido por
defenderlo.
Y una vez incluso fui capaz de tomar del cuello a un bóxer por
protegerlo. Eso me hace suponer que así podría ser como mamá humana. ¡Supongo!
Hoy, a mis ya 32 años, si me preguntan si
quiero ser mamá, respondo altiro que sí, que por lo menos me gustaría tener un
hijo. Y ahí viene la parte angustiante de la situación, y todas las
estadísticas atroces que se me vienen encima. Porque si me pongo a pensar, me
quedan 3 años para tener un embarazo de bajo riesgo. De acuerdo a los estudios,
de los 35 años en adelante las estadísticas de niños con síndrome de down por
maternidad tardía se eleva. Y no soy una Cecilia Bolocco para tener a mi primer
hijo a los 40 y quedar regia.
Y ahí se viene el sofocamiento. 3 años son como
un suspiro. 3 años es demasiado poco tiempo y me parece injusto que la
naturaleza nos ponga, a nosotras, las mujeres, este tipo de límites. Y pienso que si llego a
ser mamá en 3 años, quizás sólo pueda tener un hijo. Es heavy. Así que evito
pensar mucho en eso. Y concluyo que si quiero ser mamá y es mi destino serlo,
lo seré. Si no, el mundo no se acaba, y seguiré siendo una mujer feliz.
Es que para mí – a diferencia de muchas mujeres
– la maternidad no es la forma en que tengo para desarrollarme ni para alcanzar
un estado de dicha sublime o algo así, para mí la maternidad es como una parte
más de la vida que sería bonito desarrollar. Así como lo ha sido, ser
independiente, trabajar en lo que me gusta, vivir sola, tener pareja, etc etc
etc. Bueno…. Eso pienso ahora por lo menos.
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