En unos días esa será mi edad. Es curioso que
cuando era chica, me imaginaba que a los
32 poco menos que iba estar convertida en una señora, con algunos hijos y una
vida armada. Y, para ser honesta, hoy doy gracias a Dios, de que las cosas no fueron
como me la pintaba mi imaginación infantil. Para ser sincera, creo que mi vida
es mucho mejor de lo que yo podría haber vaticinado.
Y no es porque no tenga problemas, complejos,
dudas existenciales, miedos, aprensiones, cansancio mental … yo tengo todo eso
y más, pero mi vida de hoy es tal cual yo quiero que sea, incluso con
sus complejidades.
Trabajo en aquello que me gusta y si bien, hay
momentos de estrés y de crisis, al final del día, lo paso bien. Hacer
entrevistas es en verdad una de las cosas que más me gusta hacer
profesionalmente. Cuando estoy en una, toda mi atención está puesta en esa persona, y se me olvida el
cansancio, frío, hambre, sueño o lo que tenga en ese minuto. Creo que nada más
en este mundo logra ese efecto en mí.
Siento que sigo aprendiendo todos los días
cosas distintas y no sólo de trabajo, sino que de la vida misma, cosas
pequeñas, cosas grandes, cosas que marcan, cosas que hay que dejar pasar. Si
bien soy de esas personas a las que les cuesta abrirse con el resto, confiar
en el resto y que es más bien reacia
al género humano, tengo la sensación que
en el último tiempo, he ido comprendiendo que hay gente que vale la pena
conocer y que también uno está en este
mundo para crear lazos. Quizás algunos no sean para siempre, pero eso no es lo importante.
En el último tiempo me he ido permitiendo
encariñarme con las personas, incluso con aquellas que pienso que están sólo de
paso. No importa. Cuando ya no estén, las extrañaré, pero por lo menos tendré
los recuerdos.
Con los años he ido aprendiendo a perdonar
también, a perdonarme a mi misma. Y a entender que nadie es perfecto. Que nos
mandamos cagadas (unos más que otros, claro), pero que son estos errores los
que nos ayudan a veces a crecer, que incluso los dolores grandes a veces son
necesarios en la vida, nos sacuden, nos
despiertan, nos hacen ver la vida como la belleza cruda que es.
Siento que a mis casi 32 años, soy una mujer
imperfecta, llena de defectos, que comete errores – algunos más de una vez como
los burros – pero que siempre intenta ser mejor. Mejor persona, mejor
profesional, mejor compañera, mejor hermana, mejor hija, mejor mamá canina,
mejor pareja. Mejor.
Sigo sintiendo que la década de los 30 es una
tremenda edad. No hay que tenerle miedo a los 30, todo lo contrario, tengo la
sensación que lo mejor de la vida parte a esta edad y los 20 y tanto, los
tendemos a desperdiciar en puras tonteras. Pero bueno, así es el ciclo de la
vida y por algo será así también.
A mis 31 y medio años veo el amor de manera muy distinta a como lo veía incluso hace un año atrás. Y no
es que lo haya visto rosa antes, es sólo que una va aprendiendo cosas. Aprendí
que eso de que el amor todo lo puede es un cliché de los peores, de que el amor
obvio que es importante, lo mismo que el buen sexo, pero que ambas cosas por si
solas no sustentan una relación.
Que el amor es un trabajo diario y en conjunto.
Y cuando digo “trabajo” no me refiero a una cosa latera, sino que a algo que
uno quiere, pero que no crece ni se
mantiene por sí solo o por arte de magia. Que hay que dar, que hay que ceder,
que hay que negociar, que hay a veces poner al otro por sobre el querer de uno
y que hay momentos cuando es al revés. La gracia está en saber cuándo es cada
cosa.
Hace un
tiempo una famosa en una entrevista me comentó que para ella, lo fundamental
era que su pareja fuera un buen hombre, una buena persona, porque sabiendo
eso, cualquier problema o pelea, se
maneja y se percibe de manera muy distinta si es que se tiene conciencia de
esto. Es decir, que no es con mala intención.
Y le encontré tanta razón. Hoy estoy con un hombre
bueno. Pero lo lindo de todo esto es que N, a diferencia de mis otras parejas, no es la razón de que yo sienta todo lo descrito anterior, sino que él es la
consecuencia de todo ello. Este proceso vino antes de él, y fue lo que
justamente permitió que él de pronto llegara a mi vida de otra forma.
1 comentario:
Dulces 32 años. Un edad estupenda para saber lo que uno quiere y orientar su vida hacia ello. Grande vida. Gracias vida
Publicar un comentario