viernes, 3 de junio de 2011
Síndrome Norman Bates
Así acabo de bautizar lo que me pasa. Para los despistados, Norman Bates era el personaje desquiciado de la clásica película “Psicosis”. Era buenito y amable siempre y cuando no le susurrara cosas malignas su madre, quien lo incitaba a asesinar, asechar y a destruir todo lo bueno que le llegaba.
Y claro, el drama mayor era que su madre llevaba varios años muerta y que él era quien se disfrazaba de ella para realizar sus fechorías. Un hombre dominado por los mandatos malignos de su madre… Mmmm deben haber varios Norman Bates dando vueltas por ahí, y yo, soy, guardando las proporciones, una versión femenina.
Hoy, con todo lo terrible que podría parecer y sonar (lo es, en parte, pero uno se va resignando y hacíéndose la idea que es así), es la voz de Paris, mi madre, la que escucho cuando me enfurezco y quiero mandar todo a la mierda, cuando quiero renunciar, cuando me asusto de sufrir, cuando me siento incapaz de ser pareja, cuando me siento incapaz de entregarme por completo a una persona, a una relación a un sentimiento. Y al igual que Norman, le hago casos a veces a esos mandatos, voy y destruyo lo que encuentro a mi paso. Heavy.
Es fuerte el sentir que me tengo que defender de mi propia mamá. De que debo aprender a no escuchar sus mandatos sutiles, pero directos a la vez, que debo aprender a cuestionarla en vez de cuestionarme a mí misma. Es fuerte escucharla decir “bueno, siempre hay que estar preparada para lo peor, acuérdate de no entregarte tanto”, cuando le digo que me siento feliz. Una madre normal suele alegrarse y decir “qué rico”, la que tengo yo, hace eso otro y me deja rebotando.
Lo lleva haciendo hace años, y recién hoy tomo real conciencia de eso, de las implicancias y ya me harté. Como esto es la vida real y no una película de terror, donde los personajes o son buenos o son diabólicos, sé que mi mamá me quiere y que desea lo mejor para mí, que me quiere feliz. Por ende, no puedo recurrir a lo más fácil: odiarla, porque sé que no lo hace con malas intenciones. Pero sí sé que debo defenderme y por supuesto, declararme en estado de rebeldía. Hoy eso ya es oficial.
Ser rebelde, en mi caso, implica entregarme, implica dar con el corazón, implica avanzar sin miedo, confiar, amar, guiarme por mi intuición y sentir que todo lo que tengo me lo merezco. Eso para mí es ir en contra de todos sus mandatos. Me harté de sus “te lo dije” o sus “tienes que esta preparada para lo peor”. Lamento que ella haya tenido que vivir sus vida así (vaya a saber una de dónde salieron estas ideas), pero yo me niego a vivir mi existencia con miedo para un día mirar para atrás y darme cuenta de todo aquello que no hice porque tenía miedo.
Hoy, la voy a ver, y como ya es costumbre en el último tiempo, voy con una mochila llena de tips, sugerencias, herramientas y armas para contrarrestar sus ataques sutiles. Así es no más la cosa…
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