miércoles, 15 de junio de 2011

Lealtades equivocadas


Aún no me decido. No sé si mi familia es como Los Locos Adams o si es más bien como Los Soprano. Quizás tienen un poco de los dos mundos. Por un lado tiene esto de lo demencial y absurdo, pero no se quedan atrás en el arte de la manipulación y en el sistema de ‘cagaste si no haces lo que quiero”.

Yo los quiero harto, cómo no, si son mis padres, pero no puedo obviar más cómo se equivocan conmigo. No puedo seguir yendo para allá porque “tengo” que hacerlo. No puedo permitir más que mi mamá y sus mandatos se cuelen en mi cabeza y en mi vida. No puedo seguir haciendo cosas para que no me digan o tachen de “mala hija”.

Es como dijo “Pameña”, ellos se angustian de “perderme”, ellos me necesitan más de lo que yo los necesito hoy. Y es raro eso, más aún cuando recuerdo que Frank me dijo la frase más estúpida que le he escuchado: “tu eres la que más nos necesita, no nosotros a ti”. Yo no sé de dónde sacó tamaña boludez. Si me dijera eso algo así hoy, yo lo enfrentaría, pero en aquél entonces, no tenía las herramientas que hoy tengo.

Y es curioso que él sea quien cada vez que me despido me diga en tonito amorosiento “qué rico verla, no se pierda”. ¿Perderme? ¿a dónde me voy a perder? Si voy todas las semanas a verlos, hablamos todas las semanas y vivo a cuatro estaciones de Metro de distancia. Y Pameña agregó sin piedad “bueno, ¿no era él quién se perdía, el que se iba de viaje?”. Golpe bajo.

Ayer también di con otra realidad relacionada con mi hermana. Me acordé de sus sensaciones de no ser querida, de que mis papás sólo me querían a mí. De la percepción que tengo de que ella va a “rogar” por un poquito de amor cuando viene para Chile y se queda en la casa de ellos. De la impresión que tengo que se las da de “pobrecita” y de la idea que tengo que mis padres depositan todas sus inseguridades en mí, como ella está lejos… yo me llevo sus complejos y miedos.

También me acordé de otros detalles escabrosos de mi madre. De cuando me recién me casé y sus compulsión por llenarme de regalos para la casa. Era tanto que el que era mi marido se enojaba y discutíamos, al punto que para ahorrarme problemas, yo escondía las cosas o decía que yo las había comprado.

Me acordé de su “depresión” porque yo me negué a seguir haciendo las mismas cosas con ella después de casada. Porque no pesqué su comportamiento errático de decirme “ay, estoy tan mal porque tu no llamas”, y su extraña fijación con competir con los regalos que yo le doy a mi padre. Si le regalo una bata, ella tiene que ir y regalarle dos y mejores. Y así. Recuerdo también cuando me imitaba. Si yo tomaba clases de árabe, ella también lo hacía. Si yo me compraba una cartera morada, ella se compraba una más grande.

Y por el lado de mi papá me acuerdo de tantas otras cosas a parte de mi compulsión a los 5 años por lanzar mis peluches y juguetes por la terraza cada vez que él se iba de viaje. Me acordé de que a mi hermana y a mí, cuando cumplimos 21 años, nos regaló a cada una los anillos que usaba. A mí me tocó uno de oro con un león en el medio que él se encontró un día caminando en la nieve en Nueva York.

Durante años lo usé y lo sentí como el anillo de la suerte, y de la fuerza, por lo del león. Pero creo que después de separarme, y en medio de un camino turbulento, me lo saqué porque sentía que al usarlo, yo, de alguna forma, estaba casada con mi padre.

Creo que he estado casada con los dos. No es que sea mamona, para nada, al revés, ellos serían casi la última opción en la que pensaría para pedir cobijo o protección, pero siento que no he podido ir avanzando en otros aspectos de mi vida debido a que ellos me ponen la pata encima. Suena horrible, yo lo sé, pero lo hacen aunque sea de manera sutil y sin una confrontación directa. Y yo ya me cansé de

No hay comentarios: