Esta puede ser para mí una de las entradas más importantes jamás
escritas en este blog. Digo que puede ser porque hay ciertas certezas que son
mejor mantener en la intimidad. Esta quizás es una de ellas, como que puede que
no. Pero da lo mismo el resultado, ya que a veces es el camino y el proceso es lo
que importa y no tanto obtener un resultado conveniente para uno. Supongo que
se me había olvidado que la vida no es una ecuación matemática. No
es un tablero de ajedrez. O sea, una mueve sus piezas es cierto, pero al final,
todo es mucho más complejo que eso.
Hoy ya no le temo decir “no sé” a preguntas importantes. A preguntas que
en algún momento juré tener la respuesta correcta. LA VERDAD. En un punto todo
se me remeció, fue un terremoto grado 20 que me hizo darme cuenta que no sé
nada, al igual que todos. Y que uno sólo puede ir aprendiendo “algo” en el
camino, tanteando, pisando con los dos pies y hasta a veces dando palos ciegos.
Por un tiempo – más que suficiente – me he jactado de ser súper
valiente. Casi súper mujer a prueba de balas. Y ¿saben? En parte lo soy, sé que
soy fuerte, pero durante este tiempo también he ido conociendo de cerca mis
debilidades y mis grandes miedos. Mi pánico a hablar cuando algo me duele de
verdad. Soy capaz de maldecir y putear sin problemas, de decirle a alguien las
cosas más atroces jamás imaginables, pero soy incapaz de sacarme la coraza,
rendirme y decirle a ese otro lo que me dolió o me molestó. Es como si viera en
ese ejercicio normal y saludable, muestra de una debilidad y vulnerabilidad
insoportable.
En la rabia me muevo como pez en el agua. La rabia de hecho, me
moviliza, me hace pararme y seguir. Pienso, que en cierta medida en procesos
dolorosos, es necesaria, pero sólo sirve por un tiempo. No se puede anclar la
vida completa en un enojo. En culpar al mundo por nuestras desgracias y en
andar siempre lista para la guerra. No se puede andar de “sobreviviente” por
siempre.
Ya no quiero ser esa persona. Y creo que de a poco, ya he ido dejando de
serlo. Tampoco quiero ser esa persona que sólo ocupa su racionalidad para
superar heridas o problemas. No quiero ser más esa mujer que es incapaz de
escuchar a su cuerpo o a su “guata” por pánico a que duela, por pánico a
escuchar algo doloroso. O mucho más simple, por pánico a sentir pena o dolor.
Soy tremendamente orgullosa. Tremendamente soberbia. Soy tremendamente
cabeza dura. Y eso curiosamente me ha servido en ciertas situaciones, pero en
cosas del corazón, no sirve de mucho. Y me rindo, aquí y ahora. Dejo mi puesto
de la resistencia y me entrego o intento entregarme no a lo que me dice mi
cabezota y las mil teorías que hay en ella, sino que a mis instintos, a esa
cosa que me ha llevado a hacer grandes “locuras” que al final del día me han
servido, porque gracias a ellas me he arriesgado. He entregado.
Creo que soy una mujer tremendamente perceptiva. Mis sueños son tremendamente
poderosos. Me anuncian situaciones (buenas y malas) me advierten sobre cosas
que mi mente bloquea. Y por lo mismo, siempre les presto atención. Es en mis
sueños donde se alojan grandes verdades que soy incapaz de verbalizar en el
mundo real.
¿Será por este bloqueo del que me he auto generado que ya no escucho al
grillo? Sí, desde hace años que escucho un grillo en mi pieza (vivo en un piso
13 sin jardín ni terraza) lo que hace prácticamente imposible que haya un
grillo.
La última vez que lo escuché fue en marzo de este año. Cuando
seguramente comenzaron a gestarse todos los cambios que después siguieron en mi
vida. Esa vez lo escuché con mucha fuerza, casi arriba de mi cabeza. Luego,
vino el tsunami y nunca más apareció. Incluso soñé en una oportunidad con él,
lo veía en mi cama, entre mis sábanas, muerto.
De todos modos, nunca me dio buena espina ese grillo, ya que lo sentía
como un mensajero de noticias. Pero no de las buenas. Ahora curiosamente está
de vacaciones y puede que tenga que ver con mi bloqueo espiritual. El no querer
ver, el no querer sentir, por miedo.
Pero ya es hora de salir de esta neblina, abrir bien los ojos y dar
rienda suelta a todos mis sentidos. Hay algo. Lo presiento, lo intuyo, lo
siento en mi estómago. ¿Qué? No lo tengo claro. Pero ese algo
se está gestando en este minuto. Hay un camino
mucho más iluminado del que transitaba con la rabia, una emoción que no
menosprecio, ya que es ella la que me llevó hasta acá. Como verán todo es acto –
consecuencia.
No sé si el que lea esto entenderá alguna gueá de lo que estoy hablando
jaajjaajaja. Pero no importa, porque apenas yo lo entiendo.
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