Confieso que estoy enojada. No es algo de ahora
último, es algo que se viene gestando de hace muchos meses. A veces lo oculto
con ironía, otras veces con chistes. Debo decir que me encuentro una mujer
divertida, tengo el don de convertir una historia trágica en comedia. Incluso
puedo hacer reír a carcajadas a alguien sobre algo que me puso triste o que me
duele. Así soy yo, una gran manga de bromas en cuyo fondo yace mucha rabia y
enojo.
No es un talento tan malo, gracias a él he
podido aliviar mi mente y corazón de traumas y fatalidades. Es mi mecanismo de
defensa: reírme de lo que quizás no debería causarme tanta diversión.
Pero llega un momento en que hay que parar de
esconder las cosas feas debajo de la alfombra y darle la seriedad que merecen. Yo siempre supe que cuando llegaría ese momento me preocuparía por mi
ánimo, mis actitudes, comportamientos y corazón. Por eso dilaté tanto ese
momento. Porque afrontar algunas verdades significa no sólo irme directo al
diván, sino que también implica barrer con las últimas miserias de mí que
quedaron de la pena y la desilusión.
La vida no es como yo pensaba que era. El amor
no es como pensaba que sería, estar en pareja no es como creía… mi castillo
rosado se me vino al suelo delante de mis ojos mientras yo con espanto no supe
(aún no sé) qué hacer o decir.
Esto es tan fatal como que alguien comprobara que Dios no existe, que el mundo no es redondo sino que plano, o que
cuando uno se muere, uno se muere no más, no hay nada más allá. ¿Qué queda por
creer? ¿qué esperanza puede quedar? ¿a qué cosa una puede aferrarse? A la nada…
Me pasa exactamente lo mismo en el área del
amor romántico. Es como si todo lo que yo pensé que era NO es, y lo peor es que la
realidad no sólo dista mucho de lo que creí sino que además no me gusta. Y hay
que decir que eso me produce una gran frustración, una gran rabia porque no me
resigno, no me resigno a decir ‘chuta, es lo que hay’, y lucho, lucho en contra
de la realidad, lucho en contra de mí, lucho, lucho, lucho y luego vuelvo a
frustrarme, porque esto es como cuando Don Quijote peleaba con Molinos de
Viento….
Mi último intento romántico fue como haber
intentado escalar la Muralla China. No me arrepiento de nada, porque el da y
quita, le sale una jorobita. Di todo lo pude dar en esa pasada. Pero fue tan
infértil como intentar abuenar a Godzilla con King Kong, dos almas errantes,
dos almas con ganas de dominar, jamás pueden ceder con la cara llena de risa,
salvo cuando hay amor, salvo cuando por lo menos uno se enamora locamente y
cede hasta el suspiro.
Creo que no estoy dispuesta a vender mi alma al
diablo por amor. No sé si ahora, no sé si nunca. No creo que esté dispuesta a
entregar mi corazón en bandeja, no creo que esté dispuesta a modificarme entera
para que alguien me quiera. Lo intenté, pero sólo conseguí enojarme más. Y el
resultado final fue bastante nefasto. Tal como le dije a una amiga hace unos
días, me sentí como el Chaitén… dormida… pero bastó una cosa para que ¡paf! La lava
llegara hasta los lugares más impensados.
Ustedes comprenderán que para una persona que
ama el amor y estar en pareja, el no poder estarlo es fatal, deprimente y muy
frustrante. Pero hay un rabia en mi corazón que debe mitigarse antes de que yo
ponga mis energías en una relación, de lo contrario, sólo consigo intentos
infértiles que al final me hacen más daño que feliz.
C fue un hombre que me enseñó algunas cosas de
mí, él fue mi espejo. Sin él, no habría descubierto este fastidio que tengo
retenido y que no se va y que sé que no irá hasta que empiece a trabajar en él.
Y sé también que entrar a esa dimensión desconocida será pega, adentrarse en el
lado oscuro requiere de mucha energía. Y
bueno… es lo que me tocó hacer ahora, y acá
voy.
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