domingo, 25 de mayo de 2014

En tiempos de cólera

Confieso que estoy enojada. No es algo de ahora último, es algo que se viene gestando de hace muchos meses. A veces lo oculto con ironía, otras veces con chistes. Debo decir que me encuentro una mujer divertida, tengo el don de convertir una historia trágica en comedia. Incluso puedo hacer reír a carcajadas a alguien sobre algo que me puso triste o que me duele. Así soy yo, una gran manga de bromas en cuyo fondo yace mucha rabia y enojo.

No es un talento tan malo, gracias a él he podido aliviar mi mente y corazón de traumas y fatalidades. Es mi mecanismo de defensa: reírme de lo que quizás no debería causarme tanta diversión.

Pero llega un momento en que hay que parar de esconder las cosas feas debajo de la alfombra y darle la seriedad que merecen. Yo siempre supe que cuando llegaría ese momento me preocuparía por mi ánimo, mis actitudes, comportamientos y corazón. Por eso dilaté tanto ese momento. Porque afrontar algunas verdades significa no sólo irme directo al diván, sino que también implica barrer con las últimas miserias de mí que quedaron de la pena y la desilusión.

La vida no es como yo pensaba que era. El amor no es como pensaba que sería, estar en pareja no es como creía… mi castillo rosado se me vino al suelo delante de mis ojos mientras yo con espanto no supe (aún no sé) qué hacer o decir.

Esto es tan fatal como que alguien comprobara que Dios no existe, que el mundo no es redondo sino que plano, o que cuando uno se muere, uno se muere no más, no hay nada más allá. ¿Qué queda por creer? ¿qué esperanza puede quedar? ¿a qué cosa una puede aferrarse? A la nada…

Me pasa exactamente lo mismo en el área del amor romántico. Es como si todo lo que yo pensé que era NO es, y lo peor es que la realidad no sólo dista mucho de lo que creí sino que además no me gusta. Y hay que decir que eso me produce una gran frustración, una gran rabia porque no me resigno, no me resigno a decir ‘chuta, es lo que hay’, y lucho, lucho en contra de la realidad, lucho en contra de mí, lucho, lucho, lucho y luego vuelvo a frustrarme, porque esto es como cuando  Don Quijote peleaba con Molinos de Viento….

Mi último intento romántico fue como haber intentado escalar la Muralla China. No me arrepiento de nada, porque el da y quita, le sale una jorobita. Di todo lo pude dar en esa pasada. Pero fue tan infértil como intentar abuenar a Godzilla con King Kong, dos almas errantes, dos almas con ganas de dominar, jamás pueden ceder con la cara llena de risa, salvo cuando hay amor, salvo cuando por lo menos uno se enamora locamente y cede hasta el suspiro.

Creo que no estoy dispuesta a vender mi alma al diablo por amor. No sé si ahora, no sé si nunca. No creo que esté dispuesta a entregar mi corazón en bandeja, no creo que esté dispuesta a modificarme entera para que alguien me quiera. Lo intenté, pero sólo conseguí enojarme más. Y el resultado final fue bastante nefasto. Tal como le dije a una amiga hace unos días, me sentí como el Chaitén… dormida… pero bastó una cosa para que ¡paf! La lava llegara hasta los lugares más impensados.

Ustedes comprenderán que para una persona que ama el amor y estar en pareja, el no poder estarlo es fatal, deprimente y muy frustrante. Pero hay un rabia en mi corazón que debe mitigarse antes de que yo ponga mis energías en una relación, de lo contrario, sólo consigo intentos infértiles que al final me hacen más daño que feliz.

C fue un hombre que me enseñó algunas cosas de mí, él fue mi espejo. Sin él, no habría descubierto este fastidio que tengo retenido y que no se va y que sé que no irá hasta que empiece a trabajar en él. Y sé también que entrar a esa dimensión desconocida será pega, adentrarse en el  lado oscuro requiere de mucha energía. Y bueno… es lo que me tocó hacer ahora, y acá  voy.



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