Torcer su mano no es nada fácil, pero he
confirmado que se puede cuando uno pone su foco en lograrlo y lo hace desde una
vereda convincente y sana.
Lo logré en mi vida sexual, porque de acuerdo a
los hechos sucedidos en esa área, seguramente el camino obvio era que yo
terminara frígida, acomplejada e infeliz en esa parte de la vida. Sin embargo,
un día, una amiga mía, muy sabiamente me dijo algo que jamás olvidaré: “los
problemas de cama, se solucionan en la cama”.
Traducción: uno puede teorizar mucho sobre el
tema, llorar, lamentarse, sacar conclusiones, ir al sicólogo, pero si no pones
todo eso en la práctica, nada de eso, sirve. Así que un día, hastiada de no ser
feliz ahí, fui por mi solución. Bendito el día en que lo hice. Fue tiempo
ganado y bien invertido. No me arrepiento de nada y los frutos de tener una
vida sexual saludable y feliz, los veo hoy. Y me enorgullece. Antes, el sexo
era un tema tabú para mí, hoy tengo sexo, hablo de sexo, escribo de sexo y veo
sexo. Y todo, desde una vereda de tremendo alivio y orgullo.
Pero eso es una parte de la vida, aún hay una
en la que estoy coja, o en verdad en la que quedé coja, alguna vez que decreté
cosas que veo que hoy ya expiraron, porque todo cambia, una cambia, la gente
que te rodea cambian; cambian las situaciones, el corazón. Evolución, dicen que
le llaman. No puedo pretender desear y esperar lo mismo que cuando me rompieron
el corazón. Suena lógico, pero de eso me vine a dar cuenta hace sólo unos días,
después de pensar mucho, de llorar un poco y de darme algunos cabezazos contra
la pared.
Esta parte, la llamaré confianza en el resto.
Érase una vez una mujer casada y sociable. Sin problema alguno en participar de
eventos de tipo social, sus amigos, mis amigos, su familia, mi familia, sus
amigos con los míos, etc. Pero todo cambió el día en que decidí separarme. Me
quedé muy sola. Los amigos se fueron, no sólo los de él, sino que incluso uno
mío. Y el corazón se me trizó. Lloré, sufrí, pataleé, me enojé, pero sobreviví
y juré en silencio y a grito pelado que eso jamás me volvería a pasar, aunque
tuviera que construir una muralla.
Dicho y hecho. Fue mi forma primitiva, o
instintiva de seguir, de avanzar. Y enterré todo el resto en el baúl de los
recuerdos. De ahí que comencé a sentir un ahogo particular cada vez que se
venía la posibilidad de entablar relaciones con, por ejemplo, los amigos de mi
pareja, más aún con su familia. Me aislé, ahora entiendo que no de pesada, no
de antisocial, sino por miedo. Lo hice, una, dos, tres, veinte veces, hasta que
ya era algo natural para mí. Luego, ya no era una decisión, era una cosa normal
dentro de la vida. Y me olvidé de lo otro….
Hoy la vida me hace un llamado urgente. Un
llamado que quise obviar o afrontar de otra forma, pero no hay caso, la única
forma de darle solución es en la práctica. Y desde el convencimiento interno de
que es lo mejor para uno. Hacerlo por el otro, motiva, ayuda, pero no es
suficiente, hay cosas que hay que hacer por nadie más que por una. De lo
contrario, se va creando una cuenta, algo así como un saldo a favor que en
cualquier momento de conflicto o en el momento menos esperado, una lanza la
cuenta … “yo que he hecho esto por ti…” y vamos entrando a la dimensión
desconocida de las relaciones.
Así que ya llegó el momento. El momento de
lanzarme de lleno a esto, de dejar de tener miedo, de a poco, de respirar hondo
y soltar. Es hora de comenzar un nuevo capítulo. Ya estoy lista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario