De entrada voy a reconocer que no celebro el
día del amor desde que me separé. Y eso ya hace seis años. He tenido parejas
después, pero desde que me separé decidí – por una cosa de convicción y de odio
al merchandising o las paradas mentirosas – que no iba a celebrar ninguna cuestión más.
De hecho en este blog hay algunas entradas que
imprimen la opinión que yo tenía respecto al día del amor, eso de andar
regalándose corazones con forma de chocolatitos, los globos, peluches y todas
esas leseras.
Y digo tenía, en tiempo pasado, así que sabrán
que una vez más debo tragarme las palabras. Suele pasar eso cuando uno anda
decretando absolutismos. La vida es así, nada es para siempre y nunca hay que
decir jamás. Lección aprendida.
Bueno, voy al grano. Este año habrá Día del
amor en mi vida, pero aclaro que no es porque he sucumbido al consumismo o al
marketing, sino porque siento que tengo algo que celebrar. Y no es el día que
celebro, sino que los días, todos los momentos que he vivido con N desde que
estamos juntos o incluso desde que nos conocimos.
Él me ha hecho volver a creer en el amor, en la
posibilidad de una vida en pareja, bonita, saludable y feliz. Me ha hecho querer por primera vez en la vida –
y no estoy exagerando- un proyecto de a dos.
Porque si bien he tenido otras
parejas antes, que he estado enamorada antes y me he entregado a esos amores,
nunca antes había pensado en mi vida de a dos pero de manera consciente, no sé
si me explico.
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