Yo creo que
bien internamente, en mi corazón, una de las razones por las cuales me embarqué en el pasado en relaciones sin mucha proyección, es justamente por mi pavor al
cambio. Es cosa de mirar para el lado y mirar cómo marchan las relaciones de
pareja que llevan años, de personas que viven juntas o incluso las que no, pero
que el tiempo los ha corroído, convirtiéndolos en dos extraños. Siendo, que por
lógica debería ser todo lo contrario, el tiempo debería afiatarte, y
convertirte aún más en cómplice, pero eso es en teoría, en la práctica, tiendo
a ver lo contrario.
Las ganas
de ver al otro como que se esfuman, como que de pronto no hay conversación, y
lo que es peor, hay una necesidad imperante de estar rodeado de otras personas
para entretenerse. El erotismo y el sexo también se van. Lo que antes era cada
vez que había un encuentro, se vuelve algo que sucede, una vez a la semana,
luego una vez cada dos semanas, una vez al mes, y luego… una vez cada…. Se pierde
la cuenta.
Una mujer
como mi madre, con sus años con y con varias décadas de matrimonio a cuestas sé que
me diría que es parte de la vida, que las relaciones van cambiando, al igual
que el amor, que uno va cambiando y teniendo otras prioridades en la vida
¿dormir será una de ellas? No lo sé.
El tema es
que suena lógico eso también, uno no puede esperar que todo sea como al mes de
empezar. Pero da miedo, a mí por lo menos me da como un ahogo raro. Y eso que
es tan lógico como entender que uno a los 30, no va a volver a amar como a los
15 o incluso a los 20.
Siempre me
pregunto si una podrá ser la excepción a esta atrocidad, pero luego me
contrapregunto ¿y por qué yo tendría que ser así de especial? A veces me pongo
a pensar en todas las alternativas para evitar esa rutina terrible, vaya a
saber Dios si darán resultado.
Estuve
casada 2 años y bueno, es poquito tiempo como para dar cátedra, pero sí me
acuerdo del inicio del aburrimiento, del conocer a la persona en todas sus
dimensiones, del preferir un happy hour con amigos, antes que verle la cara,
del sentir alivio de saber que trabajará hasta tarde, así no hincha y yo podré
hacer lo que se me antoje. Recuerdo el momento en que el desnudo se vuelve algo
cotidiano, algo casi sin importancia y recuerdo muy patente cuando me decían “no,
ahora no, estoy cansado”, cuando ni siquiera había pensado en algo más.
Supongo que
hace días que ha vuelto esa sensación rara en el estómago, algo con lo que sé
que tendré que lidiar por siempre, por cosas que me tocaron vivir y que me
afectaron. Sobreviví, es cierto, pero siempre está esa herida que me recuerda
de mi miedo al rechazo. No podría volver a pasar por lo mismo, no me da el
cuero. Por ende, eso otro va unido a esta otra cosa de la rutina.
Estos
pensamientos me ponen triste y si bien la mayor parte del tiempo, logro zafarme
de ellos, hay días como hoy en que dan vueltas por mi cabeza.
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