Les apuesto que muchos de ustedes que leyeron
el título de esta entrada, pensaron que se trataba de la idea de todos con
todos, swingers, infidelidad, tríos y toda esa faramalla adornada. Pero la
verdad es que no voy a escribir de eso, sino que de eso, amor libre, de amar en
libertad.
Una vez leí algo bello de Dalai Lama que dice
así: “A quien ames: dale alas para volar, raíces para volver y motivos para
quedarse”.
Me llegó tanto este mensaje que lo coloqué en
uno de mis post- it que pego en mi espejo de frases célebres y que me hacen
sentido.
Y es curioso, porque me imagino que quien lea
esto opinará lo mismo, que es algo evidente, pero la pregunta es cuántos realmente
lo practican cuando están en pareja.
Lamentablemente cuando amamos a alguien –
hombres y mujeres – tendemos a convertir el amor en posesión. Nos volvemos
egoístas y celosos del otro, de los espacios que sentimos que nos corresponden
como la pareja del otro. Es como si con el correr del tiempo, fuéramos conquistando
terrenos, por lo que si algo o alguien se mete en esos terrenos, nos ofendemos,
nos ofuscamos, nos sentimos traicionados. Celosos de ese otro, que “interfiere”
que puede ser una amistad, un trabajo,
un viaje, una madre, una familia etc.
Y lo peor de todo es que nos sentimos con el
derecho de sentir todo eso, dueñas y dueños de toda la verdad, pero no es así.
Las mujeres en particular siento que somos
campeonas en eso, pero los hombres también son responsables, ya que lo avalan,
con excusas como “es que las mujeres son así” o “todas son brujas” o
estupideces de ese calibre. Es re fácil eso, lo difícil es poner límites,
pelear por los espacios personales, someterse es mucho más cómodo. Y obvio que
hay hombres igual, celosos, celópatas, paranoicos, de esos que no dejan que la
mujer salir ni a un happy hour. Y mujeres que los aguantan escudándose de que
así es el amor, que esos celos, aún siendo enfermizos, son prueba ciega de que ese
hombre la ama.
A veces pienso que es más simple vivir así.
Restringiendo al otro, sometiéndolo, haciéndolo cambiar, obligándolo a hacer lo
que nosotras queremos, cuándo queremos y cómo lo queremos. Quizás sea más fácil
que darle alas, que estar segura de una misma y entender y sentir de corazón,
que sin importar que él pueda tener sus espacios personales (pichanga, club de
toby, vacaciones con amigos, after hours con los colegas) una es amada y
respetada.
Supongo que todo va en el miedo – casi natural
diría yo – que la otra persona vaya a ser feliz sin una, vaya a pasarlo bien
sin una. Porque es como, si puede serlo sin mí, entonces es una amenaza. Suena
idiota, pero creo que en el fondo a todos nos pasa, a unos más que a otros,
obvio. El tema es cómo lidiar con esto.
Yo también he caído en este tipo de emoción. He
tenido relaciones asfixiantes, donde sólo éramos los dos y nadie más. Y no
resultó. También tuve una relación donde a él le importaba un pito a dónde iba
y con quién. Y no resultó. Así que debo concluir que la cosa está en el
equilibrio.
Con los años una se va poniendo también más
recelosa de los espacios personales. Por ejemplo, a mis casi 33 años no
aguantaría, lo que sí aguantaba a los 19, un pololo celópata, incapaz de
entender que si salía con una amiga era eso, una salida con un amiga y no una
partuza sexual. Con los años he ido abrazando mi libertad personal, claro que
de repente me voy al chancho jejeje, pero ese es otro tema.
El caso es que siento que amar es sinónimo de
libertad. Para amar, amar bien me refiero, hay que despojarse de muchas cosas,
aprender a ser desprendida como he estado entendiendo en el último tiempo, que
no es sinónimo de no interesada o “ni ahí”. Entender que una relación se
conforma de dos personas distintas, de dos mundos y no de una masa que camina
en bloque. Que va para el mismo lado, sí, que rema para el mismo lado, pero que
no es una cosa pegoteada.
Que el otro, así como una, tiene derecho a estar
con su familia, amigos, amar su pega, irse de vacaciones, desarrollarse de
todas las formas posibles y que al hacerlo no significa que no te amen. Eso es
amar. Dar libertad, ser generosa, porque si es amor de verdad, por más libertad
que haya, el otro no te decepcionará.
Por ejemplo, yo no necesito refugiarme en mi
hogar y no tener contacto con el mundo masculino para ser fiel. Porque sé que
aunque tenga a 10 hombres dando vueltas, no me interesa ser infiel, porque así
ya lo decidí. Yo no necesito un pololo que esté sólo conmigo y que yo sea el
centro de su universo, porque sé que me ama y que soy importante en su
universo. ¿Se entiende?
Es un trabajo todo esto, un trabajo diario, que
no siempre resulta, pero hay que ponerle empeño. Vale la pena.
Ese es mi modo de entender el amor hoy. Así
como de a poco voy entendiendo que todo cambia, que el amor va cambiando también,
que nada es estático y creo que ahí está la complejidad de estar en pareja. No
es como los cuentos, y vivieron felices por siempre, The end. De hecho siento
que los finales de los cuentos de hadas en verdad son los inicios y la vida
está llena de comienzos.
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