sábado, 18 de mayo de 2013

Amor Libre


Les apuesto que muchos de ustedes que leyeron el título de esta entrada, pensaron que se trataba de la idea de todos con todos, swingers, infidelidad, tríos y toda esa faramalla adornada. Pero la verdad es que no voy a escribir de eso, sino que de eso, amor libre, de amar en libertad.

Una vez leí algo bello de Dalai Lama que dice así: “A quien ames: dale alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarse”.

Me llegó tanto este mensaje que lo coloqué en uno de mis post- it que pego en mi espejo de frases célebres y que me hacen sentido.

Y es curioso, porque me imagino que quien lea esto opinará lo mismo, que es algo evidente, pero la pregunta es cuántos realmente lo practican cuando están en pareja.

Lamentablemente cuando amamos a alguien – hombres y mujeres – tendemos a convertir el amor en posesión. Nos volvemos egoístas y celosos del otro, de los espacios que sentimos que nos corresponden como la  pareja del otro.  Es como si con el  correr del tiempo, fuéramos conquistando terrenos, por lo que si algo o alguien se mete en esos terrenos, nos ofendemos, nos ofuscamos, nos sentimos traicionados. Celosos de ese otro, que “interfiere” que  puede ser una amistad, un trabajo, un viaje, una madre, una familia etc.

Y lo peor de todo es que nos sentimos con el derecho de sentir todo eso, dueñas y dueños de toda la verdad, pero no es así.

Las mujeres en particular siento que somos campeonas en eso, pero los hombres también son responsables, ya que lo avalan, con excusas como “es que las mujeres son así” o “todas son brujas” o estupideces de ese calibre. Es re fácil eso, lo difícil es poner límites, pelear por los espacios personales, someterse es mucho más cómodo. Y obvio que hay hombres igual, celosos, celópatas, paranoicos, de esos que no dejan que la mujer salir ni a un happy hour. Y mujeres que los aguantan escudándose de que así es el amor, que esos celos, aún siendo enfermizos, son prueba ciega de que ese hombre la ama.

A veces pienso que es más simple vivir así. Restringiendo al otro, sometiéndolo, haciéndolo cambiar, obligándolo a hacer lo que nosotras queremos, cuándo queremos y cómo lo queremos. Quizás sea más fácil que darle alas, que estar segura de una misma y entender y sentir de corazón, que sin importar que él pueda tener sus espacios personales (pichanga, club de toby, vacaciones con amigos, after hours con los colegas) una es amada y respetada.

Supongo que todo va en el miedo – casi natural diría yo – que la otra persona vaya a ser feliz sin una, vaya a pasarlo bien sin una. Porque es como, si puede serlo sin mí, entonces es una amenaza. Suena idiota, pero creo que en el fondo a todos nos pasa, a unos más que a otros, obvio. El tema es cómo lidiar con esto.

Yo también he caído en este tipo de emoción. He tenido relaciones asfixiantes, donde sólo éramos los dos y nadie más. Y no resultó. También tuve una relación donde a él le importaba un pito a dónde iba y con quién. Y no resultó. Así que debo concluir que la cosa está en el equilibrio.

Con los años una se va poniendo también más recelosa de los espacios personales. Por ejemplo, a mis casi 33 años no aguantaría, lo que sí aguantaba a los 19, un pololo celópata, incapaz de entender que si salía con una amiga era eso, una salida con un amiga y no una partuza sexual. Con los años he ido abrazando mi libertad personal, claro que de repente me voy al chancho jejeje, pero ese es otro tema.

El caso es que siento que amar es sinónimo de libertad. Para amar, amar bien me refiero, hay que despojarse de muchas cosas, aprender a ser desprendida como he estado entendiendo en el último tiempo, que no es sinónimo de no interesada o “ni ahí”. Entender que una relación se conforma de dos personas distintas, de dos mundos y no de una masa que camina en bloque. Que va para el mismo lado, sí, que rema para el mismo lado, pero que no es una cosa pegoteada.

Que el otro, así como una, tiene derecho a estar con su familia, amigos, amar su pega, irse de vacaciones, desarrollarse de todas las formas posibles y que al hacerlo no significa que no te amen. Eso es amar. Dar libertad, ser generosa, porque si es amor de verdad, por más libertad que haya, el otro no te decepcionará.

Por ejemplo, yo no necesito refugiarme en mi hogar y no tener contacto con el mundo masculino para ser fiel. Porque sé que aunque tenga a 10 hombres dando vueltas, no me interesa ser infiel, porque así ya lo decidí. Yo no necesito un pololo que esté sólo conmigo y que yo sea el centro de su universo, porque sé que me ama y que soy importante en su universo. ¿Se entiende?
Es un trabajo todo esto, un trabajo diario, que no siempre resulta, pero hay que ponerle empeño. Vale la pena.

Ese es mi modo de entender el amor hoy. Así como de a poco voy entendiendo que todo cambia, que el amor va cambiando también, que nada es estático y creo que ahí está la complejidad de estar en pareja. No es como los cuentos, y vivieron felices por siempre, The end. De hecho siento que los finales de los cuentos de hadas en verdad son los inicios y la vida está llena de comienzos.



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