domingo, 18 de marzo de 2012

Amor: ¿cabeza y corazón?


A mis casi 32 años de vida he tenido amores de todo tipo: tortuosos, infantiles, lindos, intensos, explosivos, fomes, largos y breves.

De todos ellos, hay dos que yo califico como mis dos grandes amores hasta ahora. Y ambos tuvieron un denominador común y eso es que han sido relaciones donde ha primado prácticamente en un 100 por ciento el corazón, donde no ha habido mucho raciocinio y donde yo me he entregado prácticamente por completo.

Para graficar mejor ambas situaciones, han sido como “Te amo tanto, tanto, daría un brazo por ti, pero no sé si esto tiene futuro, quizás no, pero no me importa porque te amo”.

Si bien han sido amores que me han marcado, que me han enseñado muchas cosas y que no me arrepiento de haber vivido en lo absoluto, los dos me han dejado con un cierto sabor amargo y muy exhausta. Porque en ambas relaciones, siempre fui la fuerte, la estandarte, la que daba la pelea por los dos, la que protegía, la que contenía. O sea, igual recibí mucho de vuelta, pero generalmente yo era la que la llevaba.

Y aquello también va en mi tendencia (algo peligrosa) de buscar o mejor dicho, de apuntar a los hombres medios atormentados. Esos que necesitan una especie de “cheerleader” emocional, hombres que más que una pareja necesitan a una figura maternal. ¿Cuál ha sido el brillo de tener parejas así? Analizándome un poco, creo que recibía el beneficio de sentirme necesitada, algo que aparentemente parece imprescindible para que yo pueda sentirme enamorada. El tema que eso no es la definición de pareja, sino que más bien de dispareja.

Parece contradictorio, lo sé. El querer una relación de pareja y el andar por la vida buscando justamente hombres con los que no puedo tener una. Por lo que después de pensar mucho, deduje que le tengo pánico al compromiso, por lo mismo, me hago solita zancadillas y me sumerjo en relaciones sin futuro. Después sufro porque termino enamorada, y luego frustrada porque no me resulta. Es como escuchar un disco rayado, una y otra vez, la misma maldita canción. Y yo ya me cansé de excusarme en eso, me cansé de seguir pegada en un patrón de relaciones que claro, son intensas y hasta entretenidas, pero que al final, no van para ningún lado.

Así es que a pesar que padezco sin duda, del síndrome de la “Olguita Marina”, en esta oportunidad voy respirar hondo y embarcarme en el "all inclusive" que implica una relación real: compromiso, amor, lealtad, pero también reuniones con amigos, fiestas, eventos sociales, almuerzos familiares, presentaciones en sociedad, declaraciones de amor por las redes sociales, caminatas en la calle de la mano y construcción de a dos. UF!!!!! Jaajja sólo hacer este listado me hace sudar frío.

Pero tengo la sensación que la vida me está dando esta posibilidad para cortarla con estos miedos, para experimentar algo distinto, y principalmente para ser feliz en el terreno de las emociones.

Puede sonar de lo más anti romántico, y puede que a lo mejor al final me pruebe equivocada, pero tengo la sensación que para que una relación realmente funcione y sea funcional, el amor no es suficiente y tampoco el sexo salvaje ni la química efervescente. Pareciera que todos estos condimentos pueden ser buenas bases, pero si no hay más que esto, no resulta.

Definitivamente esto no es como las películas en que los personajes se aman aún contra viento y marea, sortean terribles obstáculos y al final salen adelante sólo por el amor que los une. Bueno, es como dicen algunos, que si Shakespeare hubiese escrito Romeo y Julieta 2, nos habríamos encontrado con la pareja separada y tirándose los platos por la cabeza.

Por lo menos en mi experiencia no he sacado nada con amar como loca, así es que vamos a probar con una relación distinta, que me da hasta ahora, mucha paz y tranquilidad de mente y espíritu.

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