Se me imagina que la cosa partió así: Érase una
vez una mujer llamada Eva y un hombre llamado Adán quien por caliente se tentó
con la manzana, dejando la media embarrada que terminó con ambos expulsados de
una vida maravillosa de no hacer nada. Así pasaron al mundo real: ese en que
hay que trabajar, levantarse temprano, donde las cosas duelen y donde da sueño
y hambre.
Bueno, luego de echarse la culpa mutuamente,
decidieron limar asperezas, mal que mal había algo bueno de este nuevo mundo:
el deseo y el sexo. Hasta ahí todo bien,
salvo que Eva, empezó a molestarse por ciertas actitudes y comportamientos de
Adán. Onda “no, es que no se siembra así, es que por qué roncas, es que me
carga que te duermas después de hacerlo es que esto, es que lo otro” y ahí vino
la revelación femenina de Eva: “¡Ya sé! Como
soy mucho más clever que este que está al lado, voy a cambiarlo y hacer que
haga y diga todo lo que quiero, lo voy a amoldar, lo voy a salvar”.
Y ahí, quedó la zorra.
No se me puede ocurrir otro inicio de esto tan
particularmente femenino que es la tendencia a querer cambiar a los hombres.
Todas lo llevamos dentro como un semilla maligna, unas más que otras, obvio.
Tenemos metida en la cabeza esta cosa de querer
salvar al hombre. Nos creemos súper mujeres, con capa incluida. Las más
extremas, pretenden salvar a drogadictos, alcohólicos, sexópatas y hasta prueban sus poderes intentado cambiar a gays en
heterosexuales. Las más clásicas quieren cambiar a mujeriegos empedernidos, a
hombres con problemas con el compromiso, a hombres desordenados y hombres poco
ambiciosos.
¿Porcentaje de éxito del proyecto? Según, mi
experiencia, de un 0, a 1%. Y creo que todas lo sabemos, pero la tentación de
hacerlo igual, a veces nos supera.
En lo personal, mi tendencia hasta hace unos
meses era que me gustaba salvar a hombres con patologías mentales. ¿Tiene
depresión? ¿tiene un trastorno bipolar? ¡Uy estoy enamorada! Jaajjaja así como
que funcionaba para mí. No puedo entender de otra forma cómo dos parejas
consecutivas mías hayan padecido de males del mate. Recuerdo que bromeaba, diciendo
que si me iba a dar una vueltecita al Peral, probablemente salía casada. (Humor
negro).
Pero ¿Por qué? Y he pensando mucho en esto. O
sea, yo no tengo complejo de sicóloga ni de siquiatra, pero creo que durante un
tiempo en mi vida, sentía la necesidad de sentirme necesitada. Y eso es lo que
creo que nos pasa a nosotras las mujeres a quienes nos gusta andar salvando lo
insalvable. Creo que validamos un poco el amor así. Onda, yo te salvo, entonces
tú así me amarás por siempre.
Suena hasta romántico, pero el camino no tiene
nada de romántico. Es en verdad atroz. Si no, pregúntenle a Roxana Muñoz y su
locura de embarazarse de un borracho como Kike Acuña.
Atroz porque es girar todo el rato alrededor
del sujeto, estar siempre preocupada, urdir estrategias para lograr el cambio y
lo que es peor, desilusionarse una y otra vez, porque la verdad es que la gente
no cambia, por lo menos no en su esencia. O sea uno puede modificar ciertas
cosas, ceder en otras, pero un hombre flojo difícilmente se convertirá en un
trabajólico sólo gracias al amor de una mujer.
Cuesta entenderlo. Cuesta su tiempo darse
cuenta que el amor no soluciona nada y que el amor no hace cambiar a las
personas, salvo cuando la cosa parte desde una voluntad propia, pero nadie
cambia radicalmente porque otro se lo pide. Así somos los seres humanos y
punto.
Aprendida esta tremenda lección, hoy no
pretendo cambiar no sólo a mi pareja, sino que a nadie. Es bien simple o uno
quiere a las personas tal como son, o… no las quieres y punto.
Por ende, hoy prefiero amar a un hombre real, y
no al que está en mi cabeza o aquél que tengo como proyecto en carpeta. Eso sí
que también pido lo mismo, es decir, que me amen también como soy, con mis días
buenos y malos, ya que tampoco soy monedita de oro.
2 comentarios:
jaja...hay aún espero a mi super mujer que me rescate.
jaja ten fe, ten fe :D
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