Con el tiempo he descubierto que no tiene nada
que ver con poder acostarse con uno y con otro sin que te miren feo o te digan
puta. Que no tiene nada que ver con querer igualarse a un hombre en sueldo, en
cuántos tragos te tomas, en cómo carreteas o en cuántos quehaceres cada uno
hace en el hogar.
Mucho menos tiene que ver con ponerse los pantalones en una
relación, dominar al otro masculino y tener la iniciativa en todo. No tiene nada que ver con
poder hacer todo, más o mejor que un
hombre.
La verdadera revolución femenina es algo que se
gesta en cada una de nosotras el día en que entendemos por fin, que a pesar de la cultura, a pesar de la
educación, a pesar de lo que dicen los manuales atrapa hombres, a pesar de
tener ovarios y un útero, una debe amarse primero antes que a cualquier otra
persona. Que una debe priorizarse, que una debe valorarse y mirarse primero
bien, saber las cojeras y las virtudes antes de amar a otro.
La verdadera revolución creo que es
aprender, aceptar y entender que somos distintos, hombres de mujeres, que no
hay uno mejor que otro. Aprender a quererse y a dejarse querer; algo que se hace
difícil en un mundo exitista en que el empoderamiento de la mujer se ha
transformado en una especie de dictadura talibana en que el sentirse bien y
mujer conlleva a castrar al otro.
Es cierto, durante años, siglos nos hemos
sentido sometidas por la represión masculina, se nos negaron tantas cosas, pero
ahora pareciera que es el tiempo de la revancha, el problema es que al recalcar
una y otra vez que los hombres valen
hongo o que podemos vivir más y mejor sin ellos, lo único que logramos es
frustrarnos e ir contra la propia naturaleza, y de paso, obligamos a que ellos modifiquen la suya.
Creo que este es el génisis de tanto hombre mamón
o calzonudo como diría mi madre. Es la génesis de tanto gueón indeciso y sin
bolas. Hombres planta que no saben tomar decisiones y menos saben cómo
conquistar una mujer. Hombres que esperan muy cómodos a que hagamos todo,
porque claro, ahora la lleva invitar a un tipo, hacerle todo más fácil, si ya
ni siquiera tienen que hacer nada para que nos acostemos con ellos, llegamos y
lo hacemos porque nosotras tenemos necesidades y total, ellos llevan siglos
haciendo lo mismo.
Me temo que al agarrar el poder de manera
dictatorial, sesgada y absoluta lo único que logramos es cercenar esa cosa
complementaria a nosotras: la virilidad. Nos hemos convertido en tan
autosuficientes que esos pobres seres, ya no saben qué son y menos qué
hacer. Y por eso se comportan como “minas”.
He revisado en detalle varios casos de esto. Me
he revisado a mí misma también y esta guevada de andar compitiendo con el sexo
opuesto. Y concluí que no somos iguales y eso no tiene nada de malo, todo lo
contrario. No tiene nada de malo con ser mujer, femenina y asumirse como tal.
No tiene nada de malo tener al lado a un hombre que te quiera proteger
y no porque una sea débil, o estúpida, sino porque está en su naturaleza
hacerlo. No tiene nada de malo que él quiera pagar la cuenta o abrirnos la
puerta del auto. Esto no te hace menos moderna ni transgresora, no te hace
amante del machismo. Y creo que ahí estamos confundidas. Hemos confundido el
machismo, la pata masculina encima de una con el cortejo, con la caballerosidad y con ello, hemos mermado la
naturaleza masculina que es inherentemente cazadora.
La revolución femenina no pasa por andar “cazando”.
He visto muchos casos de mujeres que han decidido lanzarse a la vida y andar “cazando”
a tipos para luego llorar por las noches sobre sus almohadas porque se sienten
no queridas o porque el tipo que les gusta es menos activo que un mueble.
Frustra, cansa, porque no está en nuestra naturaleza hacerlo.
Puede que lo que escribo sea políticamente
incorrecto en los tiempos que corren donde una es la mina multifuncional. En un
mundo donde hace poco salió al mercado un aparatito sexual que te hace sexo
oral (si ya ni para esto los necesitamos “aparentemente”) y puede que más de
alguna que se haya casado con el feminismo esté en estos momentos con
indigestión, pero vuelvo a insistir que el empoderamiento de la mujer no tiene
que ver con anular al hombre, tiene que ver con pararse con los pies bien
puestos en la tierra y con los ojos bien abiertos, con no andar como gusano en
busca del amor perdido porque el amor parte con nosotras.
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