domingo, 3 de febrero de 2013

La mano del destino


Torcer su mano no es nada fácil, pero he confirmado que se puede cuando uno pone su foco en lograrlo y lo hace desde una vereda convincente y sana.

Lo logré en mi vida sexual, porque de acuerdo a los hechos sucedidos en esa área, seguramente el camino obvio era que yo terminara frígida, acomplejada e infeliz en esa parte de la vida. Sin embargo, un día, una amiga mía, muy sabiamente me dijo algo que jamás olvidaré: “los problemas de cama, se solucionan en la cama”.

Traducción: uno puede teorizar mucho sobre el tema, llorar, lamentarse, sacar conclusiones, ir al sicólogo, pero si no pones todo eso en la práctica, nada de eso, sirve. Así que un día, hastiada de no ser feliz ahí, fui por mi solución. Bendito el día en que lo hice. Fue tiempo ganado y bien invertido. No me arrepiento de nada y los frutos de tener una vida sexual saludable y feliz, los veo hoy. Y me enorgullece. Antes, el sexo era un tema tabú para mí, hoy tengo sexo, hablo de sexo, escribo de sexo y veo sexo. Y todo, desde una vereda de tremendo alivio y orgullo.

Pero eso es una parte de la vida, aún hay una en la que estoy coja, o en verdad en la que quedé coja, alguna vez que decreté cosas que veo que hoy ya expiraron, porque todo cambia, una cambia, la gente que te rodea cambian; cambian las situaciones, el corazón. Evolución, dicen que le llaman. No puedo pretender desear y esperar lo mismo que cuando me rompieron el corazón. Suena lógico, pero de eso me vine a dar cuenta hace sólo unos días, después de pensar mucho, de llorar un poco y de darme algunos cabezazos contra la pared.

Esta parte, la llamaré confianza en el resto. Érase una vez una mujer casada y sociable. Sin problema alguno en participar de eventos de tipo social, sus amigos, mis amigos, su familia, mi familia, sus amigos con los míos, etc. Pero todo cambió el día en que decidí separarme. Me quedé muy sola. Los amigos se fueron, no sólo los de él, sino que incluso uno mío. Y el corazón se me trizó. Lloré, sufrí, pataleé, me enojé, pero sobreviví y juré en silencio y a grito pelado que eso jamás me volvería a pasar, aunque tuviera que construir una muralla.

Dicho y hecho. Fue mi forma primitiva, o instintiva de seguir, de avanzar. Y enterré todo el resto en el baúl de los recuerdos. De ahí que comencé a sentir un ahogo particular cada vez que se venía la posibilidad de entablar relaciones con, por ejemplo, los amigos de mi pareja, más aún con su familia. Me aislé, ahora entiendo que no de pesada, no de antisocial, sino por miedo. Lo hice, una, dos, tres, veinte veces, hasta que ya era algo natural para mí. Luego, ya no era una decisión, era una cosa normal dentro de la vida. Y me olvidé de lo otro….

Hoy la vida me hace un llamado urgente. Un llamado que quise obviar o afrontar de otra forma, pero no hay caso, la única forma de darle solución es en la práctica. Y desde el convencimiento interno de que es lo mejor para uno. Hacerlo por el otro, motiva, ayuda, pero no es suficiente, hay cosas que hay que hacer por nadie más que por una. De lo contrario, se va creando una cuenta, algo así como un saldo a favor que en cualquier momento de conflicto o en el momento menos esperado, una lanza la cuenta … “yo que he hecho esto por ti…” y vamos entrando a la dimensión desconocida de las relaciones.

Así que ya llegó el momento. El momento de lanzarme de lleno a esto, de dejar de tener miedo, de a poco, de respirar hondo y soltar. Es hora de comenzar un nuevo capítulo. Ya estoy lista.

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