Creo que una de las grandes, pero
grandes lecciones que me dejó el 2013 fue que hay que aprender a ser
desapegada. Con esto, no quiero decir, indiferente, ni descariñada, ni
robótica, sino que más bien ser capaz de entender que todo es tránsito, que
todo es viaje, que nada es ni dura para siempre, que todo cambia, que el
corazón cambia, que los sentimientos cambian, que las ideas cambian, que las
relaciones cambian, que la gente cambia, que uno cambia, que las circunstancias
cambian, que la vida cambia y que la magia de todo esto no es tenerle pánico al
cambio, sino que aceptarlo y como dicen los gringos, “go with the flow”.
Y en pequeñas muestras, muy
pequeñas, he hecho el intento por entender esto y soltar. Y les voy a decir que
ha dado grandes resultados. Ok, uno no se libra de la pena, no se libra de ese
vértigo que da en el estómago cuando uno pisa terreno incierto, uno no se libra
de preguntas como ¿y qué pasará? ¿y si sale todo mal? No. Porque, no somos
Gandhi, ni Osho, acá somos seres humanos reales, nada de divinidades ni
misticismos exacerbados. Acá hablamos de gente cuya naturaleza es el apego y el
ego…
Sin embargo, al pensar así, al
tener esa pequeña convicción que si las cosas cambian es por un bien mayor, porque así tiene que ser, uno de
inmediato siente paz y uno empieza a confiar. Porque esa es la clave, confiar
que el universo te saca o te pone a algunas personas en tu camino por nuestro
bien. El universo muchas veces se encarga de despejarte el camino porque te
quiere justamente a dónde serás más feliz, no lo hace porque te odia y porque
tu destino es sufrir. Todo lo contrario.
El problema ocurre cuando uno se
resiste o cuando uno insiste en algo que la vida te dice NO, no una sino que 20
veces. Ahí como que entran a jugar otras cosas y uno termina sufriendo más de
la cuenta. Creo que si uno aprendiera a soltar de manera más rápida, habría
menos gente herida en este mundo. Me sumo a esto.
Por mi parte, en el último tiempo,
he tomado muchas decisiones, unas más acertadas que otras. Pero creo que todas –
incluso las menos afortunadas – han tenido un final feliz. Hoy miro mi vida y
no siento más que agradecimiento y orgullo. No ando pensando en el amor
perdido. No ando pensando en recuerdos vetustos, no ando añorando el pasado.
Por el contrario, amo el presente y espero con mucha esperanza el futuro.
La rabia, ese motor que me
movilizó durante mucho tiempo, está apagado. Me atrevería a decir que de manera
definitiva. Siento que mi corazón tuvo un cambio, un vuelco, que ahora se
alimenta de otros sentimientos como amor hacia mí misma, hacia otros, de mis
sueños, de mis inspiraciones…. Siento que tengo tanto que dar y siento que
tengo tanto por hacer, quiero ayudar a otros… quiero aportar en este mundo y a
veces pienso que algo de eso logro a través de este blog. Pero siento que puedo
dar más.
Y pareciera contradictorio cómo
al aparecer este nuevo término en la vida llamada “desapego”, yo siento más
amor por el mundo y por mí misma que nunca.
Siento que cada paso que he dado
en mi vida me dirige a un lugar, y ese lugar está cerca. Quizás me he tenido
que dar la vuelta larga, quizás me he perdido, quizás he perdido la esperanza
en algún momento, pero como se dice, todos los caminos llevan a Roma.
También siento en mi corazón que
hoy estoy rodeada de personas muy buenas y que cada una me acompaña en mi
viaje. Cada una me aporta de una u otra forma. Ya no siento esa angustia por el
futuro, ni por los tiempos, antes era ¿hasta cuándo sufriré? ¿Hasta cuándo
sentiré esto? ¿Hasta cuándo voy a llorar? ¿hasta cuándo tendré tanta rabia?
¿hasta cuándo pensaré en esto?
Ahora, no me hago preguntas de
este tipo. Hasta cuándo nada. Yo … vivo y la gracia es vivir con estilo, glamour, con una sonrisa, disfrutando de
cada cosa, desde el pancito rico de la mañana, un café bakán, hasta una buena
conversación, una linda noticia o una buena compañía. Vivir desde la realidad mientras ve cómo cada día esa burbuja rosada se aleja…..