viernes, 25 de enero de 2013

Cuando las relaciones cambian


Yo creo que bien internamente, en mi corazón, una de las razones por las cuales me embarqué en el pasado en relaciones sin mucha proyección, es justamente por mi pavor al cambio. Es cosa de mirar para el lado y mirar cómo marchan las relaciones de pareja que llevan años, de personas que viven juntas o incluso las que no, pero que el tiempo los ha corroído, convirtiéndolos en dos extraños. Siendo, que por lógica debería ser todo lo contrario, el tiempo debería afiatarte, y convertirte aún más en cómplice, pero eso es en teoría, en la práctica, tiendo a ver lo contrario.

Las ganas de ver al otro como que se esfuman, como que de pronto no hay conversación, y lo que es peor, hay una necesidad imperante de estar rodeado de otras personas para entretenerse. El erotismo y el sexo también se van. Lo que antes era cada vez que había un encuentro, se vuelve algo que sucede, una vez a la semana, luego una vez cada dos semanas, una vez al mes, y luego… una vez cada…. Se pierde la cuenta.

Una mujer como mi madre, con sus años con y con varias décadas de matrimonio a cuestas sé que me diría que es parte de la vida, que las relaciones van cambiando, al igual que el amor, que uno va cambiando y teniendo otras prioridades en la vida ¿dormir será una de ellas? No lo sé.

El tema es que suena lógico eso también, uno no puede esperar que todo sea como al mes de empezar. Pero da miedo, a mí por lo menos me da como un ahogo raro. Y eso que es tan lógico como entender que uno a los 30, no va a volver a amar como a los 15 o incluso a los 20.

Siempre me pregunto si una podrá ser la excepción a esta atrocidad, pero luego me contrapregunto ¿y por qué yo tendría que ser así de especial? A veces me pongo a pensar en todas las alternativas para evitar esa rutina terrible, vaya a saber Dios si darán resultado.

Estuve casada 2 años y bueno, es poquito tiempo como para dar cátedra, pero sí me acuerdo del inicio del aburrimiento, del conocer a la persona en todas sus dimensiones, del preferir un happy hour con amigos, antes que verle la cara, del sentir alivio de saber que trabajará hasta tarde, así no hincha y yo podré hacer lo que se me antoje. Recuerdo el momento en que el desnudo se vuelve algo cotidiano, algo casi sin importancia y recuerdo muy patente cuando me decían “no, ahora no, estoy cansado”, cuando ni siquiera había pensado en algo más.

Supongo que hace días que ha vuelto esa sensación rara en el estómago, algo con lo que sé que tendré que lidiar por siempre, por cosas que me tocaron vivir y que me afectaron. Sobreviví, es cierto, pero siempre está esa herida que me recuerda de mi miedo al rechazo. No podría volver a pasar por lo mismo, no me da el cuero. Por ende, eso otro va unido a esta otra cosa de la rutina.

Estos pensamientos me ponen triste y si bien la mayor parte del tiempo, logro zafarme de ellos, hay días como hoy en que dan vueltas por mi cabeza. 

jueves, 17 de enero de 2013

Vivir en pareja


En mis 32 años en esta tierra he vivido dos veces con una pareja. Con uno viví 2 años y con el otro, alrededor de 1 año. Como ya no estoy con ninguno de los dos, ya sabrá cómo me habrá ido jaajaja.

No, la verdad es que si se acabó no fue por cosas de convivencia, sino por otras cosas más etéreas como intereses distintos, problemas de caracteres, falta de amor etc.

Yo nunca he tenido el problema de la molestia por la ausencia de la tapa en la pasta de dientes o la tapa arriba del WC. A lo más me empelotaba que uno de ellos se sacara la ropa y la dejara donde cayera. Pero creo que tengo razón ahí. En fin.

La cosa es que no vivo con una pareja hace ya casi 3 años. Y en estos casi 3 años he ido empoderándome de mi espacio, mi territorio, del cual soy ama y señora. Supongo que a medida que pasan los años una se va poniendo más territorial, más mañosa, más…. República independiente. Y supongo que eso está bien, asíí debe ser, ya que no saber vivir sola, estar con una misma, no está bien, te hace cometer errores y rodearte de gente sólo por no estar sola.

Y es curioso como cuando uno va viviendo, creciendo, evolucionando, vas tomándole el peso a las cosas, lo que no debe ser sinónimo de ponerse más miedosa o aprensiva, sino que más bien reflexiva, menos impulsiva, en conclusión menos pendeja.

Porque ya a estas alturas para mí vivir con una pareja es una Palabra GRANDE. No es como comprarse una polera y después cambiarla porque cuando llegaste a casa te diste cuenta que en verdad no te gustó, o que venía fallada. Es una decisión de vida importante, de esas que una toma súper segura y sabiendo que aún así hay riesgos. Es una apuesta. Es heavy.

Cuando era chica siempre escuchaba a mi mamá aconsejarme que la etapa del pololeo puertas afueras era lo mejor. Yo la miraba con cara de WTF, no entendía, y claro ahora comprendo mejor, que la convivencia es a veces compleja y que cuando uno no vive con la persona, uno puede zafarse de ciertas situaciones, pero…. A pesar que amo a mi madre, pienso que está equivocada, que una pareja no se conforma con “zafadas” que las complejidades, las diferencias, son parte de la relación que sin ellas, no hay relación sino que sólo  una especie de interacción que sólo funciona cuando las cosas están bien. Y eso no es real. 

Es como dice el cura, en las buenas y en las malas, en pobreza y en riqueza… claro que me salto la parte de “hasta que las muerte los separe”, demasiado utopía. Pero el resto, sí.

La pregunta que cae de cajón es ¿volvería a vivir en pareja? Y la mujer que alguna vez dijo  que jamás sentiría ganas de volver a casarse, que el matrimonio valía hongo y que no volvería a vivir con un hombre porque después duele demasiado separarse , hoy dice que “sí, lo volvería a hacer”, cuando sea el momento, obvio, pero ese momento llegará. Yo lo sé.

El otro día hablábamos con N y él me dio su particular orden de cómo le gustarían las cosas. Y yo salté a decirle que necesitábamos vivir juntos antes de cualquier otro evento. Porque es importante, conocerse así. Conocer las mañas, el temperamento del otro en situaciones estresantes, por la mañana, por la tarde y por la noche. Eso tiene dos caminos, o fortaleces lo que tienes, o todo se va a la mierda. 
Y yo soy de las que prefiere saberlo antes de firmar lo que sea.


El amor es la base de todo, pero son los otros detalles los que hacen que una convivencia sea funcional o no. Si al final, compartir la vida con otra persona implica cosas distintas al romance que nos vende Hollywood. Implica cosas poco glamorosas como voluntad, trabajo, convicción, comprensión y tantas otras cosas que aparecen porque uno quiere que las cosas resulten. El amor por sí sólo no sirve. Hay que ponerle color, como digo yo.

Hoy tengo altas convicciones, como el hecho de saber que si vuelvo a compartir mi vida de llena con alguien va a ser porque soy una convencida que esa es la persona, que ese es el momento… porque esa persona siente como yo, porque esa persona quiere lo mismo que yo. Y porque estamos en la misma sintonía, suena obvio, simple, pero vaya que es un milagro cuando sucede.


viernes, 4 de enero de 2013

Diosa sexual


Érase una vez una mujer con traumas sexuales. Se sentía gorda, fea, inepta, torpe, no deseada. Sentía que no podía calentar a un hombre, y que por alguna extraña maldición, no lograba generar una erección en el otro.  Érase una vez una mujer triste en ese ámbito, que prefería no hablar de sexo, porque dolía, que evitaba escenas hot en la tele, porque dolía. Porque aquello que no se tiene y que produce tanto goce, duele y para que sea más “pasable” es mejor enterrar esa parte de la vida en el fondo de un cajón y olvidarse. Pero yo no pude olvidar.

Esa mujer era yo hace unos años. Supongo que mi complejo con el sexo, se generó  varios años atrás, por múltiples razones, pero sí puedo decir que tomé conciencia de ello no hace mucho, hace tres años.

Hace tres años, con miedo, decidí ponerle fin a mis traumas. Una vez mi gran amiga P me dijo “los problemas de cama, se resuelven en la cama”. Dicho y hecho. No se entusiasmen, no es que me haya vuelto una culi suelta, porque justamente lo mío iba enfocado en poder juntar dos cosas para mí imposibles: sexo y amor.  Sexo yo podía tener, pero combinarlo con sentimientos era mi tema.

Estuve con alguien a quien quise mucho, el ex famoso M quien tuvo esa misión en mi vida. Y siempre recordaré lo generoso que fue en ese aspecto, de la paciencia que tuvo, porque yo llegué a él bien dañada, llena de complejos, inseguridades y una muy baja autoestima sexual.

Mi “terapia” con él duró 1 año aprox jajajaa. Y claro, después empecé querer más que sexo, lo lógico y en fin… esa historia ya le he contado antes. A lo que voy es que fue con él que recuperé o afloró (porque quizás nunca la tuve antes de él) mi seguridad en la cama.

Cuando uno piensa en sentirse segura en el sexo, se tiende a pensar de inmediato con un tema del peso, la tonicidad, cosas más bien estéticas. Pero siento que la autoestima erótica es más que eso, ya que una puede ser muy flaca y tener un cuerpo muy trabajado y sentirse poco deseable. El tema va más bien por algo interno, y que tiene que ver con quererse a una misma, con sentirse deseada, deseable, sexy, una diosa del sexo, actriz porno de las mejores, pero con la gracia de no tener que fingir ni actuar.

Hoy me siento así. Aunque suene soberbio, me siento como la mejor, aún cuando sé que seguramente hay muchas posiciones que no manejo, pero las que  hago y conozco, me siento como la mejor. Y eso es algo muy subjetivo, pero me ha ayudado a ganar seguridad. Ni ahí con el tema de los rollitos, la celulitis, las estrías o cuánta lesera que nos suele agobiar a las mujeres. Los hombres no saben distinguir entre una estría y una piel de naranja. Hay hombres vacíos que necesitan estar con mujeres de gimnasio, pero los hombres reales, les importa un carajo eso.

Pienso también que a los hombres (y espero no equivocarme) les gustan las mujeres seguras en la cama. Las mujeres sin complejos y que saben lo que quieren, dónde lo quieren y como lo quieren. Así que hoy, despojada de mis miedos y de mis complejos, vivo feliz el sexo, tengo sexo, hablo de sexo, consumo sexo, escribo de sexo.... es una liberación muy personal que invito a experimentarla. 

Trabajar con y / o para la pareja


El cliché secretaria – gerente; médico – asistente; amor de oficina entre compañeros se da bastante. Y cómo no si en este país se trabaja de 9 horas para arriba, lo que nos obliga a pasar más tiempo con compañeros, colegas o jefes que con nuestras familias, amistades o parejas. Así que las probabilidades s de terminar enfrascada en un romance, affaire o relación formal con quien se tiene en frente por tantas horas durante, el día, semana, mes y año son bastantes altas.

A quienes entrevisto y sé que tienen una relación con algún colega suyo o a las actrices que están casadas con directores con los cuales trabajan, siempre les pregunto si acaso les gusta trabajar con la pareja o si, por el contrario, puede convertirse – por lo menos a  ratos – en un verdadero cacho o problema.

No sé si será por ser políticamente correcto o vender la pomá, pero la mayoría indica que le gusta. Sólo una vez una actriz me comentó que lo negativo era que una vez que llegaban a casa, seguían hablando de pega  y nunca se lograban desconectar del todo. Been there!

Curiosamente siempre había pregonado que lo ideal es no tener ningún tipo de acercamiento amoroso o sexual con un compañero de trabajo y mucho menos con un jefe. Y como por la boca muere al pez, me ha pasado, ambos casos jajajaja.

Mi ex, ex, lo conocí en la pega, cuando los dos éramos freelance, pero en un momento ambos estuvimos contratados y trabajando para la misma empresa. Lo bueno es que no nos topábamos mucho en la pega, porque hacíamos cosas distintas, aún cuando un par de veces nos tocó salir juntos a hacer alguna nota o reportaje. Pero el problema en  verdad venía cuando llegábamos a casa y seguíamos hablando de los mismos gueones de la oficina, del último pelambre, que este me dijo no sé qué, que tal persona vale hongo…. O sea era como trasladar la oficina completa y toda su mierda a la cama.

O sea, con la pareja igual uno habla de pega, pero es distinto cuando no es el mismo lugar, por último uno se divierte escuchando al otro, pero cuando es la misma cosa, como que no te puedes desconectar.

Lo otro negativo era que todo el mundo andaba pendiente, (aún cuando éramos pololos normales y formales) de que si nos saludábamos o no, que si uno hacía no sé qué, que si uno iba a no sé dónde. Y lo que es peor, alguna polémica del otro siempre recaía en el otro lado. Como si fuéramos siameses.

Lo bueno, de ser pareja y compañeros de pega, era que nos podíamos ir juntos a la pega y de la pega, o  que todo lo relacionado con la empresa nos incluía a los dos, etc.  Pero así como recomendarlo, no. 
Además, que no falta el cahuín desubicado o desagradable de personas mal intencionadas.  

Dejo en claro que nosotros no terminamos por ser compañeros de trabajo, eso no tuvo nada que ver,  ya que fueron otras cosas muy lejanas al trabajo lo que nos separaron, pero insisto, ¿así como recomendarlo? No.

Y tengo otra experiencia. Mi actual experiencia. Para mí era un “BIG no no”  involucrarme de cualquier forma con un jefe mío, eso de ser freelance, igual trae libertad de acción, pero igual una tiene jefes. De hecho, yo ahora tengo 5. Sí, 5. Pero eso es otro cuento.

Lo que me hace sentir menos contradictoria es el hecho que con N nos conocimos hace muchos años atrás cuando ambos éramos unos jóvenes colaboradores; un encuentro que desembocó lentamente en una bonita amistad que se mantuvo por años. Inquebrantable, sagrada, casi apostólica. Y así fue… hasta fines de enero de 2012. Una loca noche de verano, donde insisto, hacía frío. Y eso también es harina de otro costal.

El tema es que justo, justo, cuando comenzamos una relación, él era mi jefe y yo colaboradora. Cuando se dio inicio al “nosotros”, tuve muchas dudas, aprensiones y miedos. De hecho, lo primero que se me vino a la cabeza (y creo que lo dije) fue “es que no se puede, porque eres mi jefe”. Y él con sabiduría freudiana me contestó “y ¿qué tiene? Tu también una vez fuiste mi jefa”. Como que eso me dejó pensando jajaajaja. Cierto, una vez haciendo un reemplazo de editora, lo recluté y me hacía entrevistas.

Me convenció, y me convencí. Pero a sabiendas que no iba a faltar el asshole que iba a concluir que la relación era una forma mía de “trepar” hacia el poder (o sea, yo trepo, pero no hacia el poder, ustedes me entienden) , que era tener pega asegurada y cuánta lesera más. Obviamente que quienes dijeron eso, o lo pensaron,  no me conocían porque yo soy lo menos interesada del mundo, ¿prueba? Mi largo listado de pololos pobres que he amado locamente. ¡Hello!

Además, como me creo el cuento y siento que hago bien mi  trabajo, esos comentarios de pasillo o a la pasada y por la espalda, sinceramente no me importaron y hasta hoy no me importan. O sea, ya he demostrado con creces que no necesito encamarme con nadie para tener pega o ganar plata. Así que ¡next!

Ahora, a mí me pasa algo raro o quizás no tan raro. Es que cualquiera podría pensar que como tengo de jefe a mi pololo, yo voy a flojear, o hacer lo que se me da la gana, total…. Yo soy al revés. Como es mi pololo, siento el doble de responsabilidad a la hora de trabajar. Siento que si le fallo en lo laboral, también le fallo en lo otro y eso no me lo permito. Soy bien estricta con eso.

Además, he sido majadera en pedirle que por favor, si hay alguna entrevista o nota que no le guste o que encuentre mala etc, tiene que decírmelo. Críticas constructivas, siempre son bienvenidas. También procuro que no me dé pega sólo porque sabe que necesito la plata etc, o sea,  si me va a pedir algo es porque realmente lo necesita. Me enfurecería saber que él me da trabajo o notas por compasión. No, para mí el trabajo es un ítem diferente. 

Y hasta ahora hemos funcionado bien. Y ojo, que él sí me ha llamado la atención por alguna entrevista y o nota, me ha dado recomendaciones para mejorar. No es que me encuentre todo lindo y que por eso no hemos tenido problemas. Incluso me ha quitado cosas porque simplemente no estaban valiendo la pena hacerlas por un tema de pinchazos (trabajo en un portal noticioso).

Y yo, como soy patuda y soy su pareja jajaja también le hago comentarios positivos y negativos cuando así lo amerita la situación.

Ahora, hemos entrado a una nueva faceta donde estamos más conectados laboralmente. Y no niego que de repente es medio colapsante, entre tratar al otro de “amor” y a la vez proponerle temas, que me los rechace o acepte, hablar por cosas puntuales, etc. Cansa. Pero es una faceta, nada más. Cosa de hábito no más. Quizás distinto sería que él fuera mi jefe y yo trabajara en una oficina y sentada al lado de él. 

Tengo la impresión que ahí podríamos entrar en un territorio peligroso, quizás sin retorno. Pero gracias a Dios que podemos  trabajar juntos, pero a la distancia.

También tenemos el tema de hablar bastante de los mismos gueones (incluso son los mismos que los de mi ex ex jajajja), las mismas problemáticas, pero… igual como yo ya no estoy allá físicamente,  lo vivo de otra manera. Puedo tomar distancia y no enputecerme por algo y lo que es mejor, seguramente hay chismes baratos (algunos me llegan al correo de las brujas, pero otros no), entonces no me eveneno.

¿Lo recomiendo? Tampoco. Creo que lo mejor sería estar con alguien que estuviera en una pega completamente distinta.  Pero esto es lo que me tocó ahora. En todo caso no será para siempre, dudo que vaya jubilar ahí.

En general, a la gente le parece “interesante” que periodista – editor tengan una relación. Algunos seguramente lo tachan de anti ético o generador de conflicto de intereses. A otros les parece tierno y romántico y a la mayoría les parece horny jajajajaja. Y para ser bien honesta, aunque ya se me ha ido quitando, en un inicio, me parecía de lo más calentón el tirar con el que es mi jefe, pero más calentón aún, es tirar con el mejor periodista de todos (eso se mantiene).  Es como “sí, esa que se lo está comiendo, esa soy yo” JA! 

jueves, 3 de enero de 2013

Dead End


No sé si será normal o no, pero a veces me baja una tristeza insípida que arrasa con mi corazón y me deja muda. Porque cuando me pasa,  las palabras se me atragantan y el sentimiento se vuelve físico, ya que siento como si alguien me oprimiera la garganta, al punto que me cuesta respirar bien.

Vieja sensación esa que sólo sé que me da cuando estoy asustada o simple y llanamente ahogada. El “soponcio” como le digo yo. Y cuando me da y es algo persistente, la historia cuenta que tiendo a salir arrancando.

Y eso me enfurece, así como me enfurece todo aquello que no logro superar o vencer. Sé que tengo fuerzas, que soy bien energética y decidida cuando algo se me mete en la cabeza, pero es como si a veces, en ciertas circunstancias de la vida, ya no me diera el cuero. O más bien, es como si no quisiera soltar aquello que me perturba, como si no pudiera, quizás. Como si hubiese un dejo de goce en revolcarme en la mierda.

Siento a la vez un cierto alivio porque creo que he dado todo lo que humanamente puedo dar. Pero… tal como le dije el otro día a un amigo, uno no puede modificarse al punto de ser otra persona y tener otro corazón.  Y quizás la bondad de mi corazón tiene un límite, de ahí en adelante es simple y llano esfuerzo. Tareas obligadas, compromisos sin sentido. Sonrisas falsas. Silencio piadoso y aguante, puro aguante.  A ojos cerrados,  mandíbula apretada y cara de pocker.

Yo no soy así, me grita una  voz. Mi lema es no tener dobleces, jamás ir a un lugar que no quiero ir, jamás sonreírle a quien no soporto, jamás ser quien no soy. Jamás estar con alguien sólo porque me conviene, jamás reírme de un chiste que encuentro fome. Jamás sentirme obligada a hacer algo que no quiero hacer.

Pero esta vez vale la pena, me grita la segunda voz. Porque no siempre se puede hacer sólo lo que uno quiere, porque hay personas que a veces se ofenden o decepcionan con las decisiones radicales, porque la vida está llena de cosas que uno no quiere hacer, pero que uno las hace igual por un bien superior, como el amor, dicen por ahí.

Fíjense que ninguna de las dos voces me convencen, porque sin importar cual elija escuchar, me sentiré pésimo de todos modos. Optar por el mal menor, sería lo más inteligente, pero ya no sé cuál sería ese.
Es lo que yo denomino Dead end. No hay por donde salir, sólo hay que quedarse ahí, un rato.